La campa de Ocio

by Julen

No era tan fácil encontrar campas cuyo terreno no fuera inclinado. En casa nuestras vacas iban a pacer a varias, pero la que quedaba más cerca de casa, al otro lado del puente, era la de Ocio. Un poco más arriba, según se subía para el Alto Alday, había otras dos piezas, pero era muy raro que fuéramos con los animales hasta allí. La campa de Ocio era, por decirlo de alguna manera, la de casi todos los días.

Cuando estaban los animales en ella no había duda: había que respetar su prioridad. Quizá podía llevarme el balón y jugar yo solo o pasar algún rato entretenido con nuestro perro. Pero no era momento para quedar con mis amigos y jugar, de verdad, al fútbol, con sus porterías y todo.

Aquella campa era nuestra mejor opción como terreno de juego. Aunque tenía algo de inclinación, permitía partidos más o menos limpios. Eso sí, siempre con el problema de que se nos cayera el balón a la carretera de abajo. Entonces el drama estaba servido. Si nos veían los mayores recibiríamos una buena regañina y quizá algo más. Así que teníamos que rescatarlo, pero con sigilo. Sin embargo, los coches no lo entendían porque pitaban enseguida al ver a unos niños tras un balón.

Otro asunto diferente era la tapia. Todo un lateral de la campa daba a una fábrica de galipó. O algo así. Porque nunca supe muy bien qué había al otro lado de la tapia. Si la carretera nos daba miedo, más aún lo que quedaba al otro lado de la tapia. Porque si el balón caía allí, adiós. Recuerdo aquel lugar sucio e inhóspito. No, fuera como fuera, nuestro balón no podía pasar por encima de la tapia. Mejor la carretera. Esos eran los límites de nuestro fantástico terreno de juego: la carretera de abajo y la tapia. Lo demás, goles, muchos goles, y algarabía. Siempre y cuando no hubiera vacas de por medio.

Artículos relacionados

1 comentario

Venan 20/03/2022 - 20:54

Mi campa tenía helechos, tan altos que hacíamos caminos en ellos y creábamos nuestro “txiki”, una especie de protocabaña. Los años pasaron, la campa se convirtió en una promoción de “Viviendas de Vizcaya”, la campa se esfumó. La otra campa era un conjunto de superficies llanas, en el pueblo, y mi recuerdo de ella eran las setas de cardillo y los veranos eternos con los amigos. Una de las campas, la llamaban “La chopera” y sí, era donde se hacían los partidos de fútbol. Las campas, algo que los jóvenes ahora tienen más lejos.

Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.