Garbanzos pelados

by Julen

No fui buen comedor de niño. Tenía bastantes manías y aunque poco a poco mi ingesta alimentaria se ha ido normalizando, siempre recuerdo mis primeros años como los de un niño bastante especial con las comidas. Entre mis particulares manías estaba la de pelar los garbanzos cocidos. Uno a uno. No había manera de que me comiese aquella pielecilla que les colgaba.

Era, además, una comida bastante habitual: sopa con garbanzos que, a veces, dejaba a un lado la sopa y se quedaba solo en los garbanzos. Pelarlos era una cuestión vital. Recuerdo cómo brillaban cuando se les despojaba de su protección. Cogía el garbanzo, lo sujetaba con una mano mientras con la otra le quitaba el pellejo en un acto rápido. Poco a poco iban conformando una pequeña montaña a un lado del plato; los pellejos acaban amontonados en el lado opuesto.

¿Por qué me permitían semejante excentricidad? Supongo que mi madre prefería verme comer que no asistir a alguna rabieta infantil de las que terminaban mal. A fin de cuentas, me entretenía con aquella trabajera y terminaba comiendo todos los garbanzos, sin rechistar. Rara era la ocasión en la que costaba quitarles el pellejo. Por norma general, era un trabajo relativamente rápido. A base de repeticiones, había depurado la técnica.

Eso si, ahora que lo pienso, muchos de aquellos platos de garbanzos serían comida de domingo. Porque entre semana el tiempo iba muy justo. Volvía del colegio en el autobús para comer en casa y luego había que volver a coger otro de vuelta para las clases de la tarde. Por muy depurada que fuera mi técnica de pelar garbanzos, seguro que mi madre no quería correr el riesgo de que se me hiciera tarde.

Imagen de FRANCESCO ANGRISANI en Pixabay.

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