Los piojos

by Julen

Estudié hasta tercero de EGB en Urioste, en mi barrio. Pero, claro, de niño y en aquella época, sucedió algo tan típico como que hubo una epidemia de piojos en las escuelas. En casa decidieron que no podía ser. Así que, en cuarto de EGB, cambié de centro escolar. Abandoné las escuelas de mi barrio y comencé a estudiar en un colegio de curas en Barakaldo. Miro hacia atrás y lo siento como un pequeño trauma infantil. Sin dramatizar, pero trauma.

Había que abandonar las simples rutinas de aquella edad. Nada de salir de casa e ir caminando hasta las escuelas. Para ir al nuevo colegio había que coger el «autobús de Castellanos». Era el que se encargaba del transporte escolar y llevaba a cabo un recorrido por varios pueblos de la zona minera. Recogía niños (mi nuevo colegio era solo de chicos) para dejarlos a las puertas de aquel edificio que parecía una fortaleza con sus vallas inexpugnables.

Los piojos eran los culpables. De la seguridad del barrio a lo desconocido. Nunca sentí que aterrizar en un colegio de curas, por supuesto de pago, supusiera ningún avance en la calidad de la enseñanza. En aquellos tiempos, en los años 70, las clases estaban masificadas. Recuerdo que en quinto de EGB estábamos 52 niños en clase. Poca broma. Así que los profesores no se andaban con tonterías: la disciplina era la disciplina.

Supongo que, con el tiempo, el disgusto del cambio de colegio se iría diluyendo. Sin embargo, cuando miro a los nueve años que pasé en aquel colegio de curas, el recuerdo se hace casi desagradable. No he vuelto a pisarlo. Allí quedaron sepultados todos esos años de supuesta educación. Me busqué algún que otro salvavidas (fútbol y frontón, además de buenas notas), pero no compensó. Los piojos tuvieron la culpa.

Imagen creada mediante IA vía Copilot.

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