De pequeño creo que nunca tuve, de verdad, afición a la bicicleta. Me regalaron, eso sí, como a tantos otros niños, una bici. Era una GAC verde que compartía con mi hermana. Pues bien, en el barrio, el que si que tenía una verdadera bicicleta de carreras era Pedrito. Aquello eran palabras mayores. Si no recuerdo mal, era de color azul. Y el artefacto en cuestión colocaba a mi amigo en otro nivel.
Porque allí, en el barrio, de pequeños, quien más quien menos, conocíamos a Iñaki Vijandi. Este sí que era de otro nivel. Aunque su carrera profesional no alcanzó las cotas a las que todos creímos que llegaría, el chaval consiguió ser campeón del mundo juvenil de ciclocrós. Aquello fue en el año 1979. Yo tenía entonces 15 años y, desde luego, aquel chico era lo más destacado que había salido de nuestro barrio. ¡Un campeón del mundo!
Tengo un recuerdo bastante nítido de una carrera que ganó en Urioste. Supongo que sería por las fiestas patronales de San Bernabé. Había un repecho (sigue habiéndolo) para llegar al antiguo carrejo de bolos a cachete. Allí humillaba sin piedad a sus contrincantes. Además, lo hacía montado en una bici unas cuantas tallas más grande de lo que necesitaba y siempre de pie sobre los pedales. Ganaba a chicos mayores que él. Su aspecto menudo le confería, si cabe, más mérito.
No sé si la bicicleta de Pedrito tendría algo que ver con aquel fenómeno que conocimos en el barrio. Iñaki Vijandi era tres años mayor que yo, pero le conocíamos de sobra. Quizá contar con un ciclista de talla mundial en el barrio marcaba referencias. Es curioso pensar que entonces no despertó en mí un interés real por las bicicletas y ha sido el paso del tiempo el que, vete tú a saber por qué, me ha traído la afición. Cosas de niños. Cosas de mayores.
Imagen creado mediante IA a través de Copilot.