Chourmo, de Jean-Claude Izzo #NovelaNegra 31

Si hace poco dábamos cuenta de la trilogía que James Ellroy dedicó al sargento Lloyd Hopkins, del Departamento de Policía de Los Ángeles, esta vez vamos con la segunda entrega de otra trilogía, la de Marsella. No hace mucho reseñábamos Total Khéops, la primera novela de esta serie de Jean-Claude Izzo, en la que nos presentaba las andanzas de Fabio Montale, un ejemplar muy del estilo de Salvo Montalbano o de Pepe Carvalho. Marsella se muestra con toda su crudeza, casi como un imán mezcla de lo mejor y lo peor.

Hayas nacido aquí o hayas desembarcado un día, a esta ciudad te agarras enseguida con suelas de plomo. Los viajes los preferimos en la mirada del otro.

Continúa Montale sus pesquisas, tras abandonar la policía, porque la familia llama a la puerta. El carácter multicultural de una Marsella de mediados de los 90 se recrea en torno a una trama en la que italianos, musulmanes argelinos o vietnamitas se presentan como piezas de un rompecabezas que cada vez se torna más oscuro. Mafia, radicalismo islamista, pobreza, desarraigo, violencia policial. Los barrios de las afueras de Marsella son el lugar donde se cuece la historia. Por supuesto, con una policía que no da muchas veces el mejor ejemplo. En el tablón, a la entrada de las dependencias policiales a las que acude de nuevo Montale, el Frente Nacional se explica:

Hay que invertir la tendencia nihilista que reina en nuestro servicio. Hay que hacer que el miedo cambie de campo. Sobre todo si tenemos en cuenta que nuestros adversarios no son buenas gentes sino morralla venida sólo para “machacar al poli”. Procurémonos los medios para hacer de carniceros y no de vacas.

Otra vez, como me sucedió con la primera de las novelas de la trilogía marsellesa, la he leído de una sentada. Cogerla un viernes y terminarla un sábado. Y sí, en breve veréis publicada la reseña de la tercera y última de la trilogía. Mientras escribo esto, la lectura avanza deprisa. Izzo continúa en un plano de crítica social, muy al estilo de Petros Márkaris. Desde luego que Marsella le da mucho juego porque en ella se da cita un cóctel explosivo. El radicalismo islámico tiene mucha presencia, pero también la mafia tradicional, la de toda la vida. Al final se trata de cómo se hace dinero en cantidades mayores de las que tú y yo manejamos.

El personaje de Fabio Montale, como decía, es hermano del de Salvo Montalbano. Vigàta no existió, eso sí, sino en la mente de Andrea Camilleri. La Sicilia del sur se convierte aquí en la Marsella también del sur. De Francia en este caso. Marsella adquiere un protagonismo central. Si a Vigàta le coges cariño, algo parecido sucede con Marsella. Izzo lo tuvo claro porque la trilogía es marsellesa hasta decir basta. Marsella se nos presenta unida al mar, una vía de escape que da y quita. Montale busca allí cierta paz, aunque sabemos desde el principio que es solo un fuego de artificio.

Chourmo, el título, da una idea de la cárcel de cristal en que se convierte Marsella:

El chourmo, en provenzal la chiourme, los remeros de las galeras. En Marsella, de galeras sabíamos un rato. No hacía falta haber matado a tu padre o a tu madre para ir a parar a ellas, como hacía dos siglos. […]

Su línea era que la gente se encontrara. Que se «metieran», como se dice en Marsella. En los asuntos de los otros y viceversa. Había un espíritu chourmo. Ya no se era de un barrio, de una cité. Se era chourmo. ¡En la misma galera, a remar! Para salir de allí. Juntos.

Si has leído la primera, lo siento, no te queda otra: tienes que leer la segunda y la tercera. La trilogía marsellesa es Mediterráneo negro en estado puro. Con sus tópicos —un Fabio Montale que no puede evitar ser macho alfa— y con un guiño, curioso, a quienes somos apasionados del ciclismo: la escena final de persecución acontece en las curvas de La Gineste.