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Teléfono: 508. Quiero una conferencia con el pueblo. – Consultoría artesana en red

Teléfono: 508. Quiero una conferencia con el pueblo.

by Julen

En casa el teléfono fue el 508. No recuerdo muy bien cuándo llegó, pero creo que recordar que conocí un mundo sin él. Igual que mi madre sitúa su gran avance en calidad de vida cuando llegó el agua corriente, yo quizá lo colocaría en aquel 508. Bueno, y en la televisión, porque también vivimos sin ella. Hasta que el hombre llegó a la luna. Tuvimos que ir a casa de una vecina para verlo. Puede que fuera la razón para que, por fin, la compraran en casa. No lo sé, son películas que yo siempre me he hecho. El argumento está amasado durante tantos años que la realidad no pudo ser de otra manera. Era muy niño.

Las llamadas pasaban por la centralita que había en Ortuella. Trabajo de mujeres, por cierto. Su voz, siempre su voz. Todavía hoy prevalece la voz de la mujer cuando se trata de prestar atención. Ya lo contábamos ayer: los cuidados han ido fundamentalmente de su mano, así que no nos debe extrañar. Aquel 508 era un punto en el que convergían muchas historias. Las nuestras, las de casa; pero, sobre todo, las de quienes venían a que les pusieran una conferencia con el pueblo. Venían a casa para hablar con sus familias.

Todo quedaba rodeado de un aire mágico, excepcional. La visita componía una liturgia en varios actos. Primero venían a avisar de que querían hacer la conferencia. Luego había que quedar a una determinada hora y después, por fin la llamada. La conversación, de mejor o peor calidad, quedaba suspendida en el ambiente de casa más allá del momento puntual en que sucediera. No había lugar para secretos; sus familias eran, de alguna forma, nuestras familias. El 508 lo hacía posible.

Son historias de la emigración, de aquellos pueblos extremeños, fronterizos, alejados hasta decir basta. Los años 60 del siglo pasado conforman la referencia temporal de aquel movimiento tectónico. Nuestro barrio, en la zona minera de Bizkaia, pero muy cerca del Gran Bilbao, se transformó de la mano de aquella gente. El teléfono, cómo no, tenía su tapete debajo y a su alrededor se disponía todo lo necesario para componer al altar. Era el objeto mágico, la obra cumbre de la ciencia y la tecnología. Aquellos cables llegaban hasta los pueblos más recónditos. Eso sí, había que pagar la conferencia.

La llamada en sí estaba precedida de cierta tensión dramática. No siempre la obra funcionaba como se esperaba. Nadie podía asegurar el éxito al cien por cien. Se podía escuchar mejor o peor. O se podía cortar. Si acaso quedaba el recurso a la mejor versión del santoral para que la cosa marchara bien. La tensa espera hasta la hora convenida se daba de bruces más de una vez con la mala suerte. Habría que volver a probar. Maldita conferencia.

La operadora, al otro lado de la línea, era la sacerdotisa que lo hacía posible. Clavija aquí, clavija allá; un momento de espera y, por fin, allá al fondo, la voz del éxito. Espere, que le pongo. Medio siglo atrás; ahí es nada. El 508 como símbolo del progreso, de una comunicación que permitía reconexiones familiares. La distancia dejaba de ser el olvido. La conferencia, la conferencia.

A decir verdad, me queda todo bastante nebuloso. Veo ropas oscuras, mujeres mayores, semblantes serios. Creo reconocer gente que venía en un pequeño grupo familiar. No todos los miembros entraban. A veces había turnos y siempre con el tiempo limitado, una espada de Damocles que terminaba siempre con un clac. El teléfono quedaba colgado de nuevo. Las voces se recogían en el interior de cada cual y alimentaban la conversación interior hasta la siguiente conferencia. Como digo, me queda todo envuelto en un pensamiento onírico. Distante e íntimo. Aquel teléfono, el 508, se quedó a vivir con nosotros. Cincuenta años después, quién lo iba a decir, sigue vivo aquí en mi recuerdo.

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