Ley de dependencia. Hay dependientes. Y hay personas de las que dependen. También hay espíritus libres. Llenan páginas con sus gestas. Buscan el desafío y en el reto encuentran las luces de neón. Otra gente, en cambio, queda invisibilizada, sin ningún flash que dispare su atención hacia ella. El anonimato. La sombra. Una red social muy particular.
Personas dependientes. Las unas y las otras. Porque una sabe que sin la otra no puede. Y el bucle recursivo traza una espiral que lo contiene todo: la vida, las mañanas, las tardes, las noches. Y el día siguiente. Y así hasta que algo dice basta. Deja de respirar.
Pensamientos atrapados. Van y vienen en una carrera que siempre termina en la línea de salida. Ahí otra vez sucede lo de siempre. Ahí están las dos partes. Se miran, dependen la una de la otra. Otra vez. Se sonríen. O lloran. O se lamentan. Mientras, el tiempo puede con todo. La rutina arrasa con todo.
Luego vuelve a casa y camina despacio. Una sonrisa en los labios. Su defensa para esperar al día siguiente. Se fija en la gente. Mira a un lado y a otro. Intenta descubrir quién lleva grabado el éxito del neón y quién el silencio de la dependencia. Sigue caminando.