Enormes, como si fueran dos tacos de madera recia moldeados mediante un diseño tosco. Unas manos pensadas para trabajar. En las tareas de la huerta y con los animales, en las tareas de la fábrica. Unas manos surcadas por unas gruesas líneas esculpidas a base de contacto. Inmensas, omnipresentes, capaces de poder con todo. Sin atisbo de duda, decididas, entregadas a la causa. Unas manos, sin embargo, siempre cariñosas. El estatus de nieto puede con todo.
Callo sobre callo hasta ganar la batalla a cualquier fricción. La piel endurecida. Los guantes son solo una excepción. Las manos ganan en resistencia y pocas actividades son capaces de retar su poder. Son manos pulidas a fuego lento, muchas veces por simple repetición. La azada y su mango quedan domesticados a base de un uso diario. Las manos le explican a los guantes que apenas si hacen falta.
Son manos voluminosas. Son manos abiertas y cerradas. Son puños y son palmadas. Cada momento exige de esas manos un comportamiento coherente. El repertorio es amplio por mucho que desde mi punto de vista infantil solo sea capaz de verlas como unas mazas todopoderosas, vencedoras ante cualquier reto que afronten. Son manos percibidas desde la admiración de un crío.
Llego a recordarlas hinchadas. Fue el principio del fin. No sé muy bien qué asunto de la edad fue el que terminó con ellas. Mi abuelo y sus manos. Enormes y cariñosas. Se marcharon.
Imagen creada mediante IA a través de Bing.
4 comentarios
Me has recordado la magnífica canción de Mercedes Sosa «Como pájaros en el aire» (la magia de mi madre)
https://youtu.be/rftpGOsz6Us?si=NfdmeAq9OqAIVmkP
Qué bonita la canción 🙂
Ai, Julen, ahora las manos del abuelo son las nuestras. ¿Cómo las recordarán?
Buen apunte, Iñaki