Nota.- Van unas pocas reflexiones al hilo de la TransAndalus y el último festival ZEMOS98.
Hoy las vías de comunicación tratan de recortar el tiempo entre un lugar y otro. ¿Para qué perderlo en el trayecto? Velocidad y ancho de banda: nadie en su sano juicio niega el progreso que representan. Nuestra paciencia con el tiempo tiende a cero. La eficiencia del siglo XXI se construye sobre la rapidez: más en menos tiempo. No jodas, no me hagas esperar.
Reconozco que no me entusiasmó en su día «Elogio de la lentitud» de Carl Honoré. Pero si no en las formas, sí que en el fondo creo que tenemos que reconciliarnos con una forma más amable de tratar con el tiempo. Zygmunt Bauman sitúa en el acto de búsqueda, en la insatisfacción permanente, uno de los motores de nuestro tiempo. No es tanto llegar, alcanzar, cuanto moverse. Pero hay en su explicación un poso de desasosiego que no termino de compartir.
Cuando te mueves por los caminos tradicionales de la Andalucía rural, estás recreando el procomún de las vías de comunicación. Sean humildes senderos para una sola persona, sean pistas anchas para trabajos agrícolas o cañadas reales atemporales y al tiempo olvidadas por ovejas, perros y seres humanos. Las vías de comunicación conforman un procomún que sólo tiene sentido y pervive en la medida en que se usa. Que cada cual componga el símil que mejor le convenga respecto a lo que nos pasa en Internet. Es el valor de uso, no su precio.
Por esas vías de comunicación transitamos los humanos, verdaderos seres diminutos en una trama casi infinita de opciones. ¿Quién guía?, ¿dónde queda el norte?, ¿cuál es el objetivo? Humanos en ruta que se mueven a ritmo de GPS. Mirada al frente, pedaleo redondo, la ruta continúa. Hay quien ve en ella una carrera: otra vez el tiempo como enemigo.
A los microbios sólo les queda moverse. Quietos no hacen ruta. El camino muere por desuso. Por eso tenemos que ser activistas. La mejor forma de que el camino sea transitable es recorrerlo. El uso genera valor, un uso comedido -sostenible se dice ahora- que permite múltiples combinaciones en torno a un objetivo más o menos conocido.
Un proyecto como TransAndalus merece una atención razonable. Nace de quien con su uso hace el camino. Una bici para mantener la traza y que ésta siga visible. Pero que no dispare el consumo. La TransAndalus es sensible a la dimensión humana. Admite microbios repasando rodadas, estigmergia en acción. Las bandadas de ciclistas sólo admiten pequeños agrupamientos. Desde el aire se reparten sobre una geografía que juega al escondite.
Todo ello bañado en contradicciones. Los caminos admiten ritmos diferentes, movimientos localmente incorrectos y obstáculos coyunturales. La ruta juega a mutar para ser la misma con cada humano que la transita y ser, a la vez, única y diferente.
Los caminos son procomún. Úsalos. No dejes que el gigantismo del siglo XXI te engañe. Es un viaje largo. Diría que una carrera de fondo… si no fuera por que ¿quién quiere correr cuando el tiempo es tu aliado?