Asertividad digital: qué no quiero que haga la tecnología por mí… desde dentro de mí

by Julen

No hay duda de que cada vez la tecnología es capaz, por sí misma, de llevar a cabo tareas que antes eran solo posibles si los humanos nos poníamos a ello. Lo puedes observar en cualquier empresa industrial cuando vemos cómo las máquinas han ido ganando progresivamente espacio. Los robots móviles autónomos (AMR) se mueven más deprisa por el almacén o por los pasillos de la fábrica y detectan con más fiabilidad y en menos tiempo cuáles son los materiales que deben transportar. Los brazos mecánicos ubican las piezas con mayor precisión. La visión artificial detecta mejor si una referencia cumple con las especificaciones: mide mejor y es más fiable que el ojo humano. Y así hasta el infinito y más allá. Las personas somos superadas por la tecnología. Eso sí, se supone que la tecnología es nuestra creación. Aunque esto también puede tener los días contados. ¿Por qué? Porque la tecnología está dentro, no fuera de nosotros.

¿Dónde colocar el límite? La pregunta del millón. Y sin respuesta clara a la vista. Evolucionamos de acuerdo con la manera en que decidimos emplear la tecnología. La tecnificación de nuestras vidas corre paralela al constante replanteamiento de lo que somos.

Con la llegada de la inteligencia artificial generativa surge aún con más fuerza la pregunta: ¿hasta dónde dejo que sea ella la que haga las cosas? ¿Para qué leer un texto y resumirlo si lo puede hacer por mí? ¿Para qué dedicarle diez minutos si podría hacerlo en dos? Y entonces, surge otra pregunta: ¿qué hacemos con esos ocho minutos que «ganamos»? La falacia de la productividad lo tiene claro: hacer otras cosas… productivas. Y en esa carrera de la rata uno no sabe cuándo saltará la banca, porque la lógica dice que lo hará. Además, no te olvides de la paradoja de Jevons de la que ya hablé hace unos meses.

Creo firmemente que una actitud a evitar es la de «aceptar por defecto». Es muy importante el pensamiento asertivo: decir que no a determinadas posibilidades de la tecnología también nos hace humanos. Si Eudald Carbonell y Robert Sala titulaban su libro «Aún no somos humanos» porque todavía afrontamos un enorme reto de avance tecnológico, no es menos cierto que negar conscientemente ciertas aportaciones de la tecnología también nos hace humanos. Esto conlleva implicaciones importantes en nuestras vidas, pero también en lo que las empresas hacen.

Tú y yo, en este supuesto primer mundo, quizá podamos estar de acuerdo en que dejar pasar el tiempo de vez en cuando, holgazanear o mirar las musarañas son actividades muy humanas. Ahora bien, en el caso de las empresas, compitiendo bajo el axioma incuestionable de la productividad como principal ley de la selva, esas actividades tan humanas no tienen cabida. Si eres eficiente, si lo haces en dos horas en vez de en diez, no hay duda alguna: las otras ocho son para continuar en la carrera de la rata. El tiempo queda así afectado por la paradoja de Jevons: cuanto más seas capaz de ahorrarlo, más consumo de tiempo vas a provocar. Un círculo vicioso con muy mala pinta, ¿no te parece?

Entonces, ¿qué no quiero que haga la tecnología por mí? Podemos pensar en cosas simples de nuestra organización personal. No quiero que me suplante y clasifique cosas según su criterio, no quiero que lea por mí ciertos textos, no quiero que escriba por mí ciertos textos, no quiero que me conduzca a decisiones basadas en correlación y no en causa. Los exocerebros están ahí desde hace mucho tiempo. Los llevamos en la mano en forma de smartphone. Pero Neuralink ya está aquí y esto supone pasar de pantalla: nos enfrenta a un desafío bioético de dimensiones colosales. ¿Exagero?

El implante de Neuralink dispone de 1.024 electrodos que registran la actividad neuronal. Para su implementación, se requiere de un robot quirúrgico dada la precisión milimétrica necesaria. BCI, o Brain-Computer Interface, tiene por objetivo que el paciente pueda realizar ciertas tareas con tan solo pensarlo. La idea de crear una interfaz cerebral que nos permita estar conectados a Internet o comunicarnos con otras personas es un objetivo que lleva tiempo en la mente de Musk y que muchos hemos visto en cientos de películas de ciencia ficción. Los riesgos que ello conlleva son claros y sus implicaciones nos llevan a mantenernos escépticos.

Elon Musk, un tipo que da confianza, ¿verdad? Pues ahí anda, jugando a los cyborgs. Por su parte, Eudald Carbonell, siempre tan provocador y a veces jugando con los límites, nos lo dice claro: «somos una especie imbécil«. Tanta tecnología para esto.

Imagen creada mediante IA vía Bing.

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