Mi abuelo solía tener dos o tres vacas y otros animales típicos de la economía doméstica de hace 50 años en esta zona del sur de Islandia. Mi abuelo trabajaba en la Babcock Wilcox, una de esas empresas gigantes de la margen izquierda que ya nunca serán lo que fueron, humilladas por el progreso. De lunes a viernes, mi abuelo seguía una rutina sencilla. Tal que así:
- Arriba a las 5 de la mañana. Supongo que ingerir calorías para lo que se avecina.
- Bajar a la cuadra a arreglar a los animales, ordeñar las vacas (en mi casa siempre dijimos «catar» y no ordeñar, por cierto) y alguna que otra tarea de las que nunca faltaban.
- Hacia las 7 ir a trabajar. Andando, claro. Pero en su caso no más de 4 kms; todo un privilegio.
- Volver de trabajar hacia las 6 ó las 7 de la tarde.
- Arreglar los animales, ordeñar de nuevo las vacas, quizá hacer algo en la huerta si es que había luz.
- Cenar y a la cama. Mañana será otro día.
Los sábados y los domingos la vida se relajaba. Sólo había que ordeñar las vacas por la mañana y por la noche, trabajar en la huerta, hacer hierba para los animales y atender a los asuntos que estuvieran pendientes por no poder llevarlos a cabo de lunes a viernes. Quizá el domingo por la tarde pudiera ser el hueco de tranquilidad.
Hoy en 2010 aquello parece oculto en una niebla que desfigura el recuerdo. Mis manos se deslizan por un teclado y mueven un ratón. Algo inexistente en la vida de mi abuelo. Su calidad de vida a los ojos del mundo contemporáneo, dejaría bastante que desear. El solía decir: «lo más lejos que he estado es en Pamplona y porque me llevaron preso». Un mundo limitado por 20 kilómetros de radio alrededor de unas vacas y un terreno donde cultivar patatas, boronas de maíz, nabos, remolacha y las típicas hortalizas de casa.
Hoy la calidad de vida es el santo grial. Es una preocupación. La construimos -enorme paradoja- a base de permanente insatisfacción. Jugamos a elevarla a los altares para dispararle cañonazos que la destruyen día sí y día también. Tenemos que estar al tanto de lo que sucede, manejar información. Las oportunidades vienen envueltas en noticias y descubrimientos. Ganamos tiempo al tiempo para estrujarlo y cargar las cartucheras del stress permanente. No es que tengamos paz; tenemos ausencia de stress. Porque el stress es omnipresente. Y bastante éxito es que se manifiesta de forma modesta.
La calidad de vida cabalga a lomos de la insatisfacción. Innovamos en patología. ¿Cuántas patologías existen hoy que eran desconocidas hace 50 años? Estamos ganando en la lucha por la novedad. Afinamos tanto la búsqueda que cuanto más profundizamos en algo más descubrimos nuestra ignorancia. Saber mucho es igual a caer en la cuenta de todo lo que no sabemos. Un agobio inherente a la búsqueda. Tenemos que innovar y crear medicinas para las enfermedades que no existen. Porque nuestros comerciales son buenos: saben crear necesidades. Lo han mamado en sus clases de religión.
¿Qué tal llevas tu ritmo de vida? Hay que pelear, ¿verdad? Claro, hay que ser competitivo. Dejamos atrás la ineficiencia de perder el tiempo. En el segundo s+1 ¡zas! hay que conseguir llegar al mercado. Rápido es mejor. Velocidad como reto. Ritmo, ritmo, ritmo; no pienses, ¡haz! Si te equivocas, no importa. De nuevo arriba, el mercado agradece tu actitud.
No tiene sentido que tengas sólo dos vacas. ¿Estás tonto?
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La foto en Flickr es de www.D2k6.es, pero creo que son otras vacas; no las de mi abuelo.
12 comentarios
Extraordinario. Lección de perspectiva. Y muy bien escrito, si señor.
¡Es cierto!. ¿Me pregunto si de verdad esto es una carrera o una caida?. Las vacas si que son felices, sólo necesitan…. ser vacas.
Muy bueno, Julen.
Yo nací en un caserío en 1968. Y allí viví hasta 1992, aproximadamente. Tuvimos dos vacas hasta 1990. Mi padre se levantaba todos los días algo antes de las 6 de la mañana y tenía un ritmo de vida parecido al de tu abuelo, aunque en el caso de mi viejo la fábrica (Porcelanas Bidasoa) estaba a cinco minutos andando y pasadas las 4 de la tarde ya estaba en casa.
El caserío de mi viejo ya está derruido. Se lo llevó por delante una «zona industrial» de los 90.
Paradojas de la vida, y a pesar de mis primeros 24 años de vida, yo soy de asfalto. Necesito tener un bar cerca, el kiosco (sí, aún los periódicos), el super, etc.
Yo no echo de menos el caserío, pero mi padre sí. Fue una cabronada para él tener que abandonar la casa donde nació y mi madre dice que ese hecho lo alteró mucho.
Gracias por despertar aquellos recuerdos, Julen.
Reflexión contundente. Creo que en los dos extremos que planteas hay un elemento en común, la falta de libertad para elegir. Desde mi punto de vista la clave no está en entender la calidad de vida como la acumulación incontrolada de experiencias, conocimientos y riquezas, ni tampoco intentar alcanzarla escapando del mundo. Lo importante es saber elegir qué nos proporciona esa calidad de vida. Y por supuesto tener la libertad para detenernos y decir no.
Gracias por el post.
todo es relativo. esa incomodidad es la que nos hace crear, desde la comodidad no existe esa realidad creativa, relajarnos y buscar la zona de comodidad es normal en el humano, pero duerme el instinto creativo. un gran porcentaje de los inventos nacieron de necesidades, hay conexión directa entre necesidad y creación.
existe el estrés bueno y el estrés malo, hay que saber reconocer y gestionar ambos.
yo, que nací en una capital de república, crecí en una capital de reino y vivo ahora en una capital de comunidad autónoma con vocación de país, lo veo bastante diferente. creo que las enfermedades no empiezan a existir cuando se descubren, sino que es el avance el que nos hace conocer como para poder descubrirlas, como sucede con la flora, lo que vamos es catalogando son plantas que ya estaban, muy pocas veces se trata de nuevas evoluciones.
tienes toda la razón es en que nos quejamos de vicio. mi padre ha estado en un campo de refugiados tras mi abuelo ser fusilado al inicio de la guerra civil española hasta que cruzó siendo niño el atlántico y gran parte del pacífico para llegar a Valparaíso en el Winnipeg de Neruda, pasando hambre, frío y miedo (los submarinos Nazis ya andaban por ahí, empezaba la WWII y pensaban que les hundirían hasta que no se pusiesen a salvo entrando en el canal de panamá) y luego me quejo si no hay cobertura 3G en el Euskalduna, por poner un ejemplo reciente.
Pero vamos, que también esos apacibles rurales que describes en el post son los que luego te montaban una turba organizada si les suben el precio del vino una miajilla 😛
ya avisé al principio, todo es relativo 😉
Cuanta razón tiene en lo que dices. Es así, coincido.
Saludos Santiagueños
Sí. Estamos ante la «L era de la Velocidad». ¿Leíste el libro? Es de Vince Poscente.
Me ha clarificado mucho la manera de vivir que tenemos. Ahora queremos «hacer» tantas cosas y seguimos con que tenemos solo 24 h (restando horas de sueño claro).
Para eso, no queda más remedio que gestionar las tareas-tiempo de manera no lineal.
Quiero decir con esto que antes podías vivir de forma línea, pero ahora eso no es posible. Hace meses, he tratado de resumir esto:
http://kikeba-wakaru.blogspot.com/2009/04/nada-mas-iniciar-la-lectura-del-libro.html
Si queremos tener «la calidad de vida», tenemos que hacer muy rápido (y bien) las cosas. Porque actualmente «la calidad de vida» = «tiempo». Queremos demasiado 🙂
@ramonbalterra, gracias.
@telemaco, lo mismo nosotros mismos nos cultivamos nuestras propias caídas, las recreamos, las magnificamos, nos sirven para saber que no somos felices.
@iturri, a veces pienso que si algún día me pusiera a escribir un libro lo llenaría de recuerdos de mi infancia donde a la base real le añades una pizca de imaginación. Siempre me parecen tiempos cercanos.
@Alberto Blanco, a lo mejor hay demasiado donde elegir.
@logela, curiosa biografía, supongo que repleta de avatares.
@Jorge, coincidencias en la distancia, ya ves lo pequeño que es el mundo.
Aupa Julen,
Estoy con Alberto Blanco en que, cada vez más, el concepto «calidad de vida» hace referencia a la libertad de elegir tu modelo.
Tu texto me ha recordado a mi aitite que tenía el mismo ritmo de trabajo que el tuyo y que lo más lejos que llegó fue a Santoña por los mismos motivos que el tuyo. Lo que poquísimas veces le vi fue alterado o de mal humor, y pese a su seriedad, alguna sonrisilla le salía viendonos jugar al futbol a sus nietos delante del caserío con el «Celtas sin boquilla» en la boca.
¡Qué tiempos aquellos, abuelo Cebolleta! 😉
Si quieres emprender empieza abandonando tu zona de confort: No pain no gain (alejandro suárez hoy en twitter)
Hay que ponerle una zanahoria (insatisfación) a la calidad de vida para que nunca se alcance.
Hacemos más cosas, tenemos más cosas, conocemos más cosas que nuestros abuelos ¿pero somos dueños de nuestra vida?
Tal vez la mayor ambición sea poder hacer lo que nos da la gana y eso con la «calidad de vida» que nos venden está fuera de nuestro alcance.
Estoy de acuerdo con Alberto Blanco. Yo misma iba a comentar antes de leer su comentario, que por fin, ahora, siento que mi vida tiene calidad. Y esta satisfacción con respecto a mi día a día la tengo desde que me di el permiso de vivir mi vida como quiero. De forma más intuitiva y frenando un poco a la RAZÓN que siempre la había dominado. Sentirme con la LIBERTAD PARA ELEGIR en cada momento lo que DE VERDAD QUIERO me ha dado más calidad de vida que ninguna otra cosa hasta el momento. Es tan liberador….