Los miedos infantiles

by Julen

Ya sabéis. Siempre fui miedoso. Lo sigo siendo. Porque no se pasa tan fácil. Uno llegó con un equipamiento de serie y de él va tirando como puede. Por supuesto, he conseguido engañarlos. A veces. Porque ellos siguen ahí, muy presentes. Da igual que pasen décadas. Aquellos primeros miedos infantiles se empeñan en hacerme compañía. Mantenemos una convivencia tolerable. Tampoco vamos a dramatizar.

Muchos de aquellos episodios tenían que ver con las actividades físicas. Mi cuerpo daba para lo que daba. Sabía de mi pericia en ciertos juegos. Pero también era (demasiado) consciente de unas limitaciones que se quedaban a vivir conmigo, en mi cabeza. Y que, luego, claro está, descendían al corazón. Esa mezcla a veces era explosiva y te llevaba al borde del precipicio. Solo al borde.

Aquellos años de colegio –sobre todo aquel cuarto de EGB– fueron taladrando mi carácter. Nunca volví a pisar el colegio. Sé que con el tiempo he construido un pequeño monstruo a su alrededor. Porque no sé muy bien hasta qué punto mis recuerdos son ciertos o solo puro atrezzo para creerme un guion que, por alguna razón que desconozco, creo que me conviene. Hoy ficción y realidad son la misma cosa. No soy capaz de distinguirlas. Soy yo, a fin de cuentas.

Los miedos de entonces han pasado por el filtro del adulto que soy. Eso los sitúa en espacios más o menos contenidos. Están ahí dentro, pero sometidos. De vez en cuando una gotera evidencia el volumen de la inundación. Entonces corro a taparla como puedo. Y a base de pequeñas victorias y alguna que otra derrota indigna continúo el camino. Aquellos miedos, tan pesados. Nunca se irán. Nunca.

Imagen de ambermb en Pixabay.

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