Aquellos campos de fútbol

by Julen

De pequeños no teníamos problema: construimos campos de fútbol donde hiciera falta. Nada como hacer uso de la imaginación. Necesitábamos poco. Básicamente, un pedazo de terreno. Aceptábamos con deportividad que casi nunca fuera del todo llano. Vivíamos donde vivíamos y la orografía era la que era. Sí, en las escuelas había un patio, pero nuestros partidos fuera del horario escolar tenían que buscar alternativas.

Yo recuerdo que la mayoría de aquellos partidos requerían una sola portería. Si éramos cuatro o cinco amigos (o incluso menos), se rotaba en la portería. Y digo portería para referirme a un lugar imaginario delimitado por dos objetos de cierto volumen que hacían de postes. Servían algunas piedras, la bolsa de deporte o alguna ropa que nos sobraba por los sudores propios del juego.

Las menos de las veces llegábamos a hincar dos palos para hacer de postes. Las varas de avellano eran la mejor opción, pero no eran tan fáciles de conseguir. Así que, al final, servía cualquiera madera u objeto que fuera capaz de aguantar una verticalidad digna. Si no había «postes» de este estilo, los goles eran asunto de apasionadas negociaciones. Ha sido gol. Ya, porque tú lo digas. Lo de una «portería de verdad» creo que nunca lo llegue a ver.

Y, claro, el balón con el que jugábamos era el que buenamente podíamos conseguir. El de «reglamento» era un auténtico lujo. En aquellas condiciones hacíamos correr nuestra felicidad. Por supuesto, cosas de chicos. La segregación estaba muy presente en los juegos infantiles. Aquellos campos eran de chicos. Allí se forjó, en buena parte, nuestra personalidad. Da que pensar con la distancia de los años.

Imagen creada con IA de Bing.

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