Si hay un nombre que de pequeño en casa nos sonaba a ciclista de verdad ese era el de Momeñe. Bueno, también teníamos un vecino que competía e incluso otro chico un poco mayor que yo que ganó nada más y nada menos que el Campeonato del Mundo de ciclocrós en categoría juvenil. Supongo que esto debía haber trascendido y que semejante logro podía haber eclipsado lo de Momeñe. Pero no, en casa, hasta mi abuelo, que no era muy de deportes, hablaba de Momeñe.
Momeñe, en sus primeros años, corría en el KAS. Era el equipo del que toda la chiquillería queríamos tener una gorra. Porque, más allá de un maillot, algo inalcanzable para la mayoría, la gorra, en cambio, parecía un objeto más terrenal. Yo, lo recuero perfectamente, tuve una gorra del KAS. Todo a cuenta de Momeñe, que era más o menos vecino. Había nacido y se había criado en Abanto y Ciérvana (hoy Zierbena), en el barrio de La Cuesta, y eso era casi casi como decir ahí al lado de casa, un sitio al que podíamos ir andando.
Siempre se dijo de Momeñe que pudo haber ganado un Tour de Francia, el de 1966, en el que acabó cuarto. Eso sí que lo hubiera colocado en el pedestal de los pedestales, un referente que sería único en la zona. Sin embargo, no pudo ser, aunque su palmarés destaca con victorias de etapa en el Giro de Italia y en la Vuelta a España. Ya veis que había nivel. En mi caso, siempre estuvo en la categoría de mito. Era Momeñe, y punto.
Yo nací en 1964 y el hombre se retiró en 1970. O sea, que poca conciencia puedo tener de su carrera deportiva o de sus logros. Pero en casa era, no me digáis por qué, un hombre al que se demostraba cierta veneración. Era Momeñe, el ciclista, el del KAS. Porque, aunque luego corrió con el Fagor y el Werner, en casa era Momeñe, el del KAS. José Antonio Momeñe.
La imagen destacada está tomada de este artículo de El Correo y retocada. Por su parte, la que acompaña al texto está tomada de sitiodelciclismo.net.