De niño: estudiar, estudiar y estudiar

by Julen

Mis recuerdos de niño siempre son agradables si pienso en estudiar. No soy capaz de encontrar ansiedad o disgusto con relación al estudio. Si buceo en aquella época, mi sensación es, por decirlo de una manera sencilla, que era lo natural. Tenía que estudiar, era mi obligación. Pero nada de que supusiera una carga desagradable. Allá, en casa, muchas veces en la cocina o en mi cuarto, pasábamos las tardes entre libros, cuadernos y lápices. Estudiando, qué otra cosa, si no. Por supuesto, sin ser capaces de vislumbrar un mundo que naturalizaría Internet y sus dispositivos mágicos.

Es evidente que las condiciones no eran las mejores. Sí que recuerdo que llegó el momento en que en casa habilitaron una pequeña mesa que se recogía contra la pared. Aquel pasó a ser el lugar en el que hacía los deberes y estudiaba. Estaba en mi habitación, junto a la cama, con una luz que llegaba desde el mirador, que quedaba a la izquierda. Enfrente, la pared. Y a pasar el tiempo con la asignatura de turno. Incluso, a veces, en la misma cama.

Sé que tanto mi hermana como yo fuimos, de pequeños, muy buenos estudiantes. No sé si hasta decir «ejemplares», pero, en cualquier caso, con un suficiente desempeño como para que nuestra madre pudiera presumir. De hecho, aún lo hace. Los hijos me salieron buenos estudiantes. La adolescencia trajo, como es natural, algún que otro altibajo, pero nada reseñable.

Es un recuerdo agradable: estudiar. Y, eso sí, mira que metía horas con el balón de fútbol o en el frontón, pero ahora que lo veo tan en la lejanía, no encuentro excesivo conflicto entre aquellos dos tipos de actividades. Quiero pensar que aquellos primeros años han servido para que, mirado todo desde la atalaya de los casi 60 años —palabras mayores—, vea en esa actitud una buena razón para pensar que todo me ha ido razonablemente bien.

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