El perejil

by Julen

Julen, baja a coger un ramillete de perejil. Las veces que me habrán mandado a por perejil. Porque era, junto con los ajos, el condimento fundamental de nuestras comidas. Y en la huerta más cercana a nuestra casa nunca faltaba un hueco para esta planta. Además, no tenía misterio alguno: bajabas, elegías algún ramillete un poco hermoso, lo cortabas con las manos y subías con el tesoro para que diera color y sabor a alguna comida que anduviera preparando mi madre.

De hecho, la salsa verde era casi omnipresente. Podías verla con las patatas, como base para la merluza o incluso con unos huevos que se iban cocinando poco a poco en ella. Si no, también servía para el arroz con chirlas o para sazonar la carne o el pescado. El perejil casi siempre estaba ahí.

Así que había que dejar algo para simiente. No todo el que brotaba tenía como destino la cocina. Era fácil distinguirlo, porque el que iba para simiente cogía un color más pálido y amarillento y crecía más alto. Si me mandaban a por perejil, no había duda de cuál era el que tenía cortar. Por eso, quizá, por ser algo tan sencillo, era algo que me mandaban hacer de vez en cuando de niño.

Hoy es el día en que aún hay perejil en la pequeña huerta que todavía tenemos junto a la casa. Casi soy incapaz de pensar que no esté ahí. A nada que haya un pedazo de tierra cultivable y que deba incluir algo que vaya directamente a la cocina, tendrá que haber perejil. El perejil de todas las salsas.

Imagen de Kai Reschke en Pixabay.

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