La hoguera de San Juan

by Julen

En nuestro barrio era un gran acontecimiento. De hecho, cada barrio competía, de alguna forma, por hacer la hoguera más grande. La nuestra se iba apilando justo al lado de casa, muy cerca del puente. Servía echar de todo, con tal de que la pila fuera creciendo. Durante unos cuantos días cualquier cosa que se pudiera quemar acababa allí. Porque sanjuanes bien que merecían un esfuerzo: la calidad del verano que comenzaba dependía de aquella hoguera.

Era también momento de observar qué pasaba en los otros barrios. ¿Sus hogueras eran mejores o peores que la nuestra? ¿Cómo era posible que hubieran apilado tal cantidad para quemar? Seguro que habían hecho trampa y que algún mayor había ayudado donde no debía. Porque la hoguera era cosa de los niños de cada barrio. No debían intervenir los mayores.

La colecta de cualquier tipo de material comenzaba bastante tiempo atrás. Había que ir casa por casa para preguntar si tenían algo que pudiera servir. Nuestro prestigio como barrio dependía de aquella hoguera. Así que había que hacerla crecer como fuera. El curso escolar llegaba a su fin y era un momento fantástico: comenzaba el verano y aquel fuego representaba el fin de una época y el comienzo de otra, con mucha mejor perspectiva.

Y cuando, por fin, llegaba el día, todo ardía. Costaba ser paciente y esperar a la caída de la noche. Cada barrio se iluminaba con su fuego particular. Todo aquel esfuerzo se consumía deprisa, en cuestión de minutos. Aceptábamos nuestro destino, sabíamos que aquello quedaría reducido a cenizas. Menos mal que había premio final y asábamos unas pequeñas patatas en los últimos rescoldos. Era un día feliz.

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