San Antón

by Julen

San Antón era nuestro barrio. Aunque Urioste era el barrio «oficial», en realidad nosotros vivíamos en «un barrio de un barrio». De hecho, nuestra casa era la última, no ya de San Antón o de Urioste, sino de Ortuella. Cerca quedaba el puente que daba acceso al municipio del Valle de Trápaga. Sí, vivíamos allá donde terminaba el pueblo. Y el barrio. Y el barrio del barrio.

Hoy el entorno es muy diferente del que conocí de niño. El puente no existe. El progreso trajo hace unos cuantos años un túnel. La carretera que lleva al Valle de Trápaga sigue ahí abajo, pero no tiene nada que ver con aquel puente que, de alguna forma, marcó nuestra infancia. Porque el puente era un peligro. A su alrededor la tierra de caliza siempre estaba sometida a pequeños derrumbes. Y si, jugando, se nos caía la pelota a la carretera de abajo, aquello era el fin.

El barrio, San Antón, siempre estuvo marcado por «la carretera». Las casas se fueron apiñando junto a ella, cada cual construida de aquella manera. Algunas podían tener una cierta traza común, con una planta baja, un primer piso y un camarote, como la nuestra. De esas había (y sigue habiendo) tres, todas ellas con una escalera exterior. Como digo, la carretera era la calle y también, hasta cierto punto, un lugar de juego, sobre todo en fin de semana.

Nunca tuvimos fiestas. No éramos un barrio de suficiente relevancia. Las fiestas siempre fueron las de San Bernabé, en Urioste. Alguna vez le he escuchado a mi madre contar que un año sí que hubo algo. Pero fue solo un año. Un descuido, un sin querer. Ahora el barrio, claro está, ha cambiado. Hay chalets que se separan un poco más de la carretera de siempre. Chalets. Nunca se me pasó por la imaginación.

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