Mi abuela

by Julen

Sé que soy injusto con mi abuela. A veces creo que en mi caso es la mejor forma de entender qué es invisibilizar a la mujer. Mis recuerdos de niño se los lleva, sobre todo, mi abuelo. En cambio, mi abuela queda relegada a un rol secundario. La veo en casa, con su tos, con sus ropas oscuras, con su papel callado dentro del ecosistema familiar. Murió cuando yo tenía 12 años. Pero debería tener recuerdos más nítidos de ella. Y no, no los tengo.

La recuerdo diciéndome que me tenía que lavar bien detrás de las orejas. Era algo así como su lugar fetiche de limpieza corporal. Allí debía acumularse algún extraño tipo de suciedad que requería una atención especial. Así que había que aplicarse bien porque luego venía la inspección. Y era de esas que podía conllevar alguna pequeña toñeja si el resultado no era satisfactorio.

Mi abuela repartía la leche en el barrio. Nuestras dos vacas daban para satisfacer el consumo familiar, pero para mucho más. Así que vendíamos leche a los vecinos. Recuerdo las cacharras (siempre las llamamos así) de diferentes tamaños y también las medidas que usábamos. Eran de color blanco y las había de un cuarto, de medio y de litro entero. Todo un ritual cuando había que rellenar las cacharras antes de ir a repartir.

El otro sitio en el que, por supuesto, veo a mi abuela es en la cocina. Puede que estuviera cortando vainas, limpiando una lechuga o desgranando los arvejillos. Me cuesta traerla al presente con mis recuerdos. Murió cuando estábamos de vacaciones allá en el Mediterráneo. Fuimos de los que escuchamos por la radio aquello de «se ruega a la familia de tal y tal se ponga en contacto por asunto familiar grave». Murió en silencio, repartiendo leche. Un beso, abuela.

 

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