El campo de fútbol en el pasillo

by Julen

A veces, cuando entro en la casa en la que viví de pequeño, me acuerdo de situaciones que a día de hoy me parecen imposibles. Según se entra, a la derecha, quedan las escaleras que suben al camarote. Enfrente un pasillo de unos tres metros de largo y quizá un metro de ancho, no más. Ese era uno de mis campos de fútbol: allí jugaba partidos con mi abuelo. Y yo siempre hacía de portero.

Me imagino que mi madre no estaría nada contenta de tener a una criatura haciendo estiradas y revolcándose por el suelo para detener unos imaginarios disparos de larga distancia que iban siempre a la escuadra de la portería. Como digo, el que los lanzaba era mi abuelo. Pero quizá daba lo mismo. La dificultad de parar el balón tenía mucho que ver con mi imaginación. Y allí todo podía suceder.

Recuerdo también el balón. En realidad era una pelota más bien pequeña. Pero tener cuatro o cinco años modifica el tamaño de los objetos. Aquel era el balón oficial con el que jugábamos en el pasillo. Ni que decir tiene que los partidos requerían que me pusiera rodilleras y me vistiera como correspondía. No se paraban aquellos lanzamientos de cualquier manera. La indumentaria ayudaba. Además, Iribar era un pequeño dios.

Hoy, cuando entro en casa, aquellas escenas me parecen en parte imposibles y en parte surrealistas. Porque recuerdo el sudor de niño, la emoción de que te podían meter un gol y algún que otro grito cuando la parada lo merecía. Todo en aquel terreno de juego diminuto, en el pasillo de la entrada. Qué bonito ser capaz de reducir la escala simplemente porque eras niño. Ahora solo queda el recuerdo. Y, claro, si mi abuelo me metía gol, no había problema. Era mi abuelo.

Artículos relacionados

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.