Las palomas

by Julen

Nunca entendí a las palomas. En mi mente de niño pequeño era imposible saber por qué, pudiendo volar en libertad hacia donde quisieran, sin embargo regresaban una y otra vez. Además, eran los únicos animales con los que nunca tenía contacto directo. Ellas, las palomas, formaban parte de otra categoría de animales. Siempre las conocí en casa, aunque sospechaba que estaban allí por los pichones.

Yo ya veía que la conversación en torno a los pichones siempre acababa igual: lo ricos que eran cuando llegaban al plato. Creo que nunca los llegué a probar. Para mí eran un montón de huesecillos que había que rechupetear y aquello no entraba dentro de mis remilgos culinarios infantiles. Los pichones eran cosa de mi madre, de mi padre y de mi abuelo. Ahí, mira tú por dónde, había unanimidad sin fisura alguna.

Me asomaba al balcón de la primera planta o, mejor aún, al balcón del camarote y desde allí podía verlas. Las veía moverse siempre en grupo. Echaban a volar y se posaban en cualquier lugar de los alrededores de nuestra casa. Servía el nogal grande, el eucalipto, los cables de la luz o el tejado de la casa. Eran vuelos generalmente cortos, como sin querer alejarse mucho de lo que supongo entendían como su hogar.

No sé cuántas podíamos tener. Quizá veinte o treinta. Me parecían bonitas, con cierto toque de distinción respecto al resto de los animales de casa. A veces entraba en la cuadra a última hora de la tarde y, ya todas recogidas, escuchaba sus sonidos guturales, allí arriba, cerca del techo. Era un concierto un tanto melancólico y oscuro. Me daba un poco de miedo. ¿Qué se estarían diciendo? Nunca llegué a entenderlas.

Imagen de Free-Photos en Pixabay.

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