Boronas de maíz

by Julen

Recuerdo la pieza del callejo. Una pieza era un terreno en el cual mi abuelo o bien plantaba algo para consumo de la familia o para consumo de los animales. Cuando era niño la distinción era clara. Luego, al hacerme mayor, me extrañaba que los humanos tambien comieran sopa de calabaza o boronas de maíz. En mi casa el maíz siempre fue para los animales. Por supuesto, la planta como tal, en verde, fueran las hojas o el tallo si aún estaba tierno. Pero también la borona.

Además de los animales grandes que vivían en su propia cuadra, teníamos otra para las gallinas, los conejos, las palomas y algunos otros especímenes que llegaban en temporadas concretas. Recuerdo por ejemplo, más de un pavo. Imaginad cuál era su destino. Pues bien, las boronas de maíz eran un manjar para las gallinas. Mi abuelo siempre decía que si queríamos ver huevos con yemas de color intenso (entre amarillo y naranja), había que darles maíz para comer.

Yo cogía la borona y apreteba mis pequeños dedos contra cada grano para que fueran saltando al suelo. Las gallinas se arremolinaban alrededor e intentaban andar listas para llegar las primeras. Sí, se formaba un pequeño revuelo, pero nada que me asustara. Porque fui (y sigo siendo) muy asustadizo. Las gallinas no parecían peligrosas. Otra cosa era algún que otro gallo que de vez en cuando marcaba territorio.

Cuando era la época a vece iba con mi abuelo a la pieza del callejo. Cortábamos las plantas de maíz, cargábamos la burra y volvíamos con el botín. Aquel maíz servía, por cierto, no solo como alimento. También, al secarse, hacía las veces de colchón para echar alguna que otra siesta allá abajo con los animales. Hoy es fácil encontrar plantaciones de maíz. Enormes. Para mí era lo que venía de la pieza del callejo. Pequeña y coqueta. Hoy es autopista.

Imagen de Couleur en Pixabay.

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