La canción del perro, de James McClure #NovelaNegra 16

by Julen

la canción del perroLa canción del perro es la última novela que James McClure publicó sobre su pareja de policías, el teniente Tromp Kramer de la Brigada de Homicidios y Robos de Trekkersburgo y el sargento Zondi. Fue la última, pero la situó al comienzo de la relación entre ambos policías. Así, las siete novelas anteriores de la pareja disponían de un punto de partida: el caso del asesinato de una mujer y un hombre blancos, este último policía, ocurrida al norte de Zululandia, los había unido como investigadores. Estamos situados en la Sudáfrica del apartheid y la narración de McClure da muchas pistas para normalizar aquella aberrante situación que seguramente hoy aún muestra secuelas difíciles de eliminar.

La novela está publicada por la editorial Reino de Cordelia –en la que puedes encontrar también El cazador sordo– y la traducción corre a cargo de Susana Carral. Si en nuestra reseña anterior Margaret Millar nos permitía diseccionar la California de los años 50 y 60 del sueño americano, esta novela de James McClure sirve para adentrarse en una sociedad en la que los blancos son los amos y los negros (cafres en la traducción utilizada) los criados, sirvientes y el peldaño más bajo del escalafón policial. McClure nos ofrece una narración ágil, con puntos de humor que se agradecen para ir asimilando un relato que entremezcla ancestros con psicópatas mientras la trama va girando en torno a diferentes pistas que conducen a supuestos no del todo correctos.

Leer a McClure es volar atrás en el tiempo y tratar de entender una lógica social difícil de asimilar desde nuestra atalaya de la época actual. Esta es la única novela que he leío de este autor y, como comprenderéis, dan ganas de irse a por las otras siete novelas de la pareja de policías, uno blanco (el jefe) y otro negro (el cafre). El relato incluye, por cierto, alusiones a un tal Mandela, con el que parece que había algunos problemas en aquella época. Tened en cuenta la fecha de publicación del libro, 1991, aunque la primera de las novelas de Kramer y Zondi es de 1971. Como decía, pleno apartheid.

En realidad, he releído la novela ahora para publicar este post. Hace muchos años ya la leí y recordaba un personaje relevante con mucha presencia, la viuda Fourie, muy pegada a las reflexiones personales del teniente Kramer. A veces me pasa que me quedo con algún detalle de lo leído que, no sé muy bien por qué, consigue aguantar en la memoria. Y ya veis, esta mujer se quedó enganchada en algún rincón de mi disco duro.

McClure nació y se crió en Sudáfrica, donde comenzó su carrera profesional. Pero en 1965 se trasladó al Reino Unido, primero para trabajar en Escocia y luego en Oxford. Sus novelas, por tanto, están escritas desde el territorio europeo de la reina Victoria y el recientemente difunto príncipe Felipe de Edimburgo. Lo digo para dar el contexto adecuado a una trama que, al menos en el caso de esta precuela de la saga de Kramer y Zondi, cautiva desde el comienzo. Fácil de leer, sirve para sacar una sonrisa de vez en cuando y, al mismo tiempo, comprender mejor una compleja y brutal sociedad marcada por la segregación racial.

Zondi siempre había sentido un placer especial cuando es asesinado era un blanco. No por los motivos que muchos podrían suponer, rápidos en insinuar implicaciones racionales, políticas e incluso asitméticas, sino porque los asesinatos de negros solían ser banales y sencillos: estallidos de violencia que no ofrecían dudas. Aquí estaba el cuerpo, allí el hacha de la leña, más allá treinta y seis testigos, y cerca el asesino, siempre rondando la zona, con cara de cansado pero dispuesto a afrontar su destino para evitar más problemas a los espíritus de sus antepasados.

Pero si el muerto era blanco –seguramente porque había tantas películas y libros ingeniosos que trataban el tema–, casi siempre el caso contenía un fuerte componente de misterio, lo que obligaba a cualquiera a «devanarse los sesos», por utilizar una de las expresiones preferidas de la hermana Teresa. Sí, era como si la mayoría de los asesinos blancos pensaran que debían mantener una tradición, respetar ciertos patrones, y actuaban en consecuencia. ¿O sería porque, en general, tendían a ser menos apasionados, menos impulsivos, por lo que mataban más a sangre fría, eran más calculadores y, desde luego, mucho más conscientes de las posibles consecuencias?

Interesante, murmuró Zondi, echando la ceniza en su otra mano para luego soplarla por la ventanilla.

Ya veis, negros y blancos separados también por un particular apartheid respecto a la forma en que cometer crímenes. Zondi, el sargento cafre, nos explica su punto de vista respecto a los asesinos en función de su raza. Los blancos le dan más juego.

Imagen de DEZALB en Pixabay.

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