Seis pulgadas

by Julen

Atrapar la mirada. De eso se trataba, de bajar la vista. Extraña esa preferencia. A lo lejos el horizonte, aquí cerca, la pantalla. Aquella fascinación de niño hoy es mandamiento. Pero, claro, se trata de una pantalla muy refinada, capaz de dosificar la dopamina según convenga. Es un flujo asimétrico en el que nuestra voluntad pierde partida tras partida. Sin saber siquiera a que estábamos jugando.

La pantalla del móvil, una prótesis en toda regla. Porque no es solo la pantalla, son sus competencias. Allí dentro todo está en ebullición. Lo nunca visto. Más conduce a más y no parece haber límite. La pantalla dispone de un arsenal de opciones que tienden al infinito. Y el infinito, el horizonte, termina reducido a una determinada cantidad de pulgadas. Es el progreso.

Podemos, eso sí, regular el brillo. Una metáfora de la realidad que queremos construir. Más o menos optimista, más o menos estridente. Deslizamos el dedo y el mundo se apaga; deslizamos el dedo y el mundo brilla. Los colores de mentira se disfrazan de fiesta y nos alegran el día. El mundo a diferentes intensidades, el mundo sujeto a los movimientos de nuestro dedo. Damos órdenes y se cumplen. Dopamina.

De vez en cuando, sin embargo, el cristal se agrieta. El paso del tiempo, un golpe imprevisto, la obsolescencia programada. El color deja de serlo, el dedo quiere más. Quiere diferente, quiere una dosis más. El mercado de la tecnología escucha las voces y devuelve esperanza. Una prótesis mejor. Es lo que te espera para alegrarte el día. Sonríes. La nueva pantalla. Tan parecida y tan distinta. Tú y tu mundo en esas seis pulgadas. Suerte.

Imagen de FunkyFocus en Pixabay.

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