El martes pasado murió mi suegra. A mediados de agosto de 2015 ingresó en una residencia para mayores y desde entonces allí ha vivido. Hasta este martes. Una neumonía junto a complicaciones derivadas de una hernia y la debilidad física derivada de estos últimos meses de confinamientos se la ha llevado por delante. Han sido cinco años de acudir allí a la residencia a visitarla casi semanalmente. Por supuesto que cada cual extrae de algo así su propia experiencia y la que aquí comparto es mía y solo mía. Aunque veáis algunas generalizaciones, entended que puede que no apliquen a vuestro caso. Las circunstancias personales de cada cual mandan.
La casualidad quiso que cuando mi suegra se rompió el fémur en 2015 (ahí empezó su verdadero declive) yo estuviera en una de mis rutas en bici. Sí, mi suegra se rompió su fémur en Agulo, un pequeño pueblo de La Gomera. Ingresó en el hospital, sufrió una considerable desorientación y de ahí a la residencia. Ahora, cuando ha fallecido, estábamos de vacaciones en otro pueblo de La Gomera, en Valle Gran Rey. Entonces y ahora hubo que cortar las vacaciones y regresar. Escribo esto porque cuando hablamos de gente mayor, hay una parte de previsión que es imposible realizar. La edad nos reparte cada año nuevos boletos para el deterioro de la salud. Nuestros cuerpos, ya lo sabemos, cargan con los años y hay que prepararse para que de vez en cuando nos pongan en nuestro sitio. Por mucha vida sana de la que queramos presumir. Ley de vida, no hay otra.
La vida se alarga. Es pura estadística. Vivimos más que antes y eso abre un abanico de servicios que la gente mayor necesita. Los estilos de vida actuales, con familias en las que (si hay suerte) ambos miembros de la pareja trabajan y con evidentes cambios en la manera en que entender el concepto mismo de «familia», obligan a replantear la relación con nuestros mayores. Hoy es el día en que disponemos de una tercera edad, de una cuarta y no sé si de algo más incluso. Mi padre murió joven, con 63 años; yo me veo ahora con 55 y pienso que tengo mucha vida por delante. No quiero adoptar ninguna otra actitud: espero disfrutar de muchos años todavía. Y ahí, por supuesto, entra la reflexión sobre cómo me gustaría que fueran esos años que me esperan. Cuanto antes lo piense y tenga una idea al respecto, mejor. Esta es mi primera reflexión tras los cinco años de acudir semanalmente a una residencia de mayores.
Ese contacto con los servicios que se prestan en una residencia te proporciona una perspectiva del estado actual de la atención a las personas mayores. Evidentemente, como decía antes, cada cual de acuerdo con sus circunstancias. La oferta existente de plazas en residencia, la calidad de los servicios asistenciales, la situación familiar, la disponibilidad de tiempo para las visitas; todo esto genera una experiencia casi única. Lo que yo he conocido no que querría para mí. Lo digo así de claro: no lo querría para mí. Creo que hay muchísimas deficiencias. Y no hablo solo por los acontecimientos recientes relacionados con la covid-19.
Ahora mismo supongo que todas estamos condicionadas por la situación de pandemia. Lo que ha ocurrido –y me temo que va a seguir ocurriendo– en muchas residencias de mayores pone los pelos de punta. Las estadísticas de muertes en la primavera están ahí, aunque quizá nunca sepamos las cifras reales causadas por el virus. El confinamiento llegó de manera salvaje a estos centros en los que el aire fresco tiene mucho que ver con las visitas de los familiares. Se cerraron puertas y ventanas, se bajaron las persianas, se decretó un estado de excepción allí dentro. Las trabajadoras y trabajadores sufrieron, junto al personal residente, lo que no está escrito. Desde fuera, las familias, desorientadas, no podían sino capear el temporal. Como todo el mundo.
Las residencias de mayores representan una de las soluciones actuales para transitar por esa tercera, cuarta o quinta edad que el progreso nos regala. Lo que yo he visto es que el modelo aún deja mucho que desear. Para empezar, es demasiado goloso como mercado en crecimiento. Y, claro, introducir la palabra «mercado» en estos asuntos me pone especialmente nervioso. Nuestros mayores hoy son negocio, vaya si lo son. Solo tienes que hacer una simple búsqueda en Google y ya puedes echarte a temblar. Los fondos de inversión lo ven meridianamente claro: es un negocio como hay pocos ahora mismo. Y no hay nada nuevo bajo el sol: el negocio requiere análisis de costes y productividad a machamartillo para que los números salgan y se satisfagan las expectativas de los inversionistas.
Medir la productividad en una residencia de mayores es entrar en la trampa. El tiempo de asistencia es dinero; hay que optimizarlo. La mano de obra es la mano de obra y ya se sabe que cuanta menos, mejor. ¿Alguien en la sala piensa lo contrario? El tiempo de asistencia se mide poque hay que minimizarlo. No hay otra regla. Insisto, tiempo es dinero. Por supuesto que nos venderán tecnología y buenas prácticas de gestión, nos venderán sistemas de calidad, nos venderán instalaciones y profesionales altamente motivados y preparados. Pero su vara de medir final es la productividad. Nadie quiere perder tiempo con los mayores en residencia. Nadie se lo puede permitir porque las leyes de mercado son las que son. Y nos las imponemos ni tú ni yo. Vivimos con ello. Y luego, ya se sabe, los cuidados –cosa de mujeres– se retribuyen a precio de saldo.
Deberíamos llevar a cabo un movimiento tectónico brutal y dar un giro copernicano a la asistencia a mayores. Debe ser un valor público, con una gestión pública eficiente y con una asignación de medios como corresponde. La pirámide de edades toma una forma en la que, por ejemplo, quienes venimos del baby boom de los 60 del siglo pasado vamos a representar una fuerza espectacular en la sociedad. Somos votos; no pueden olvidarlo. Tenemos que tomar conciencia de la fuerza que representamos y cambiar el modelo.
Subir cinco años a una residencia de mayores a ver a un familiar te hace pensar que hay que anticipar escenarios. En este artículo no voy a ser capaz ni de lejos de reflexionar sobre una larga lista de asuntos que van colocándose sobre la mesa:
- ¿cómo me gustaría vivir mi tercera edad?, ¿mi cuarta?
- ¿qué servicios son los que realmente valoraría con 70 años?, ¿con 75?, ¿con 80?, ¿con 90?
- si se me va la cabeza, ¿cómo me gustaría que se resolviera mi situación?, tengo que redactar ya mi testimonio vital?
- ¿hasta dónde tengo que asumir mi propio cuidado?, ¿cómo me hago más responsable de mis enfermedades crónicas?
- ¿cómo entiendo mi privacidad en un contexto de cuidados colectivos?
- ¿con quiénes me gustaría pasar los últimos años de mi vida?
- ¿de qué forma me podré sentir útil en esa tercera edad y más allá?
En fin, no sé, quizá escriba algún otro día más al respecto. Hoy solo pretendía descargar algunas ideas que estos últimos días se han ido agolpando en la cabeza. Sentir la muerte de un familiar entiendo que hace pensar. De momento lo que he visto del negocio de las residencias me conduce a buscar alternativas. Quizá sea el momento de enterarse mejor de la situación actual del cohousing y de otros modelos en los que juguemos un rol más activo. Sea como sea, se trata de anticipar. Esta es una de las claves desde mi punto de vista. Anticipar. Mientras pueda.
Y para cerrar, aunque ya lo dejaba entrever antes, un reconocimiento a las trabajadoras y trabajadores de las residencias. Vaya papeleta que les ha tocado en suerte en los últimos tiempos.
12 comentarios
Egunon Julen
Lo primero abrazo fuerte a ti y a Noemi.
Hemos compartido sobre esta experiencia alguna vez. Firmo todas tus sensaciones. Nosotros tuvimos la mala suerte de alargar más de 10 años nuestras visitas a la residencia donde vivió sus últimos años Mari. Recuerdo con mucha fuerza la llorera que nos cogimos el primer día. Eran muchas cosas y entre ellas que no era en lugar. Rescatando a las personas, grandes y con las que construimos relación de afecto y cariño, sobre las residencias solo queda margen y margen de mejora. a mi este covid19 también creo que ha puesto en la mesa las preguntas que lanzas, a mi también el cohosuing me parece una opción a explorar. El debate sobre mantenernos con vida más allá de los limites de la salud y el bienestar me parece absolutamente central. Y en el desarrollo de estos proyectos con café con leche para todos seguir abriendo espacios para la personalización y la autonomia. No sé si será más caro (prefiero mantener la pregunta como infantil), creo que es una de las claves en esta transición necesaria. Eskerrik asko
Gracias. Creo, Asier, que cuando vemos de cerca ese futuro al que quizá lleguemos algún día es cuando tomamos conciencia de lo importante que es pensarlo antes. Es el primer paso. Luego, claro está, hay que ponerse manos a la obra para que el futuro sea diferente. Mejor, hasta donde podamos. Por nosotros y por quienes vienen detrás.
Comparto al 100% todo lo que comentas, Julen. Creo que das además con la clave: el problema es que es un negocio, no un servicio público. Mucho que mejorar y mucho también para reflexionar.
A ver si somos capaces de ver cómo mejora. Margen hay, espero que lo veamos 🙂
Julen gracias por aportar tanto y con tanta claridad el problema de las Residencias, totalmente de acuerdo contigo, será un trabajo arduo pero muy necesario y hay que hacerlo sin lugar a dudas.
Yo he visitado a gente en muchas ocasiones por unas cosas u otras, pero me tocó llevar a cabo un ingreso de un familiar político y la experiencia no pudo ser peor, estuve años sin poder dormir, y desde luego ni lo he hablado con nadie, me parecía estar viviendo algo surrealista, cuándo finalizó, me quedé sin fuerzas, sin energía, vacía, quería denunciarlo pero no sabía ni cómo, ni dónde y encima, pensando si me crearían. Después me seguían pasando recibos y no me devolvían el dinero, pero ésto es lo de menos. Fue hace muchos años, pero queda gravado a fuego.
Eskerrik asko biotz biotecnología.
Como decía, supongo que cada cual tenemos nuestra experiencia particular. No es mi intención, ni muchísimo menos, demonizar el trabajo que se lleva a cabo desde las residencias de mayores. Es evidente que hay un amplísimo margen de mejora y ahí es donde quería poner el énfasis. Para mí, hay un momento en que la familia, según circunstancias vitales del familiar, no puede hacerse cargo de cuidados «profesionales». Esa es una situación delicadísima porque se entremezclan muchos sentimientos. Quiero pensar que seremos capaces de mejorar las prestaciones. Pero tiene que ser un servicio público. Mucho ánimo, Amaia.
Lo primero de todo, Julen, un fuerte abrazo para ti y para Noe. Muy fuerte por favor.
Las circunstancias me han llevado a trabajar para este sector recientemente. Siento que ahora mismo está muy revuelto y no precisamente por la pandemia que lo único que ha manifestado y ampliado es esta mirada de «mercado» tan despiadada en muchos sentidos. Y me preocupa, desde lo profesional y sobre todo desde lo personal.
Los servicios como siempre son una capa extendida de nuestros productos. Y aquí está claro que ese desarrollo está siento maximizado por un lado y minimizado por otro.
Creo que efectivamente se está a tiempo de recomponer este sector, desde la exigencia de quien compra y de quien usa, que hay ahí una distancia de visión terrible. Y de ese gap es de donde se están produciendo estas deficiencias en un momento vital tan importante.
Reitero, un abrazo inmenso
Gracias, Juanjo. Yo por ponerme en modo positivo, lo que veo es una enorme bolsa de mejora. Pero, claro, quizá hagan falta cambios estructurales y no las tengo conmigo de que sean posibles. Una profesional del sector me decía que no hay por qué pensar en que sea exclusivamente un servicio público sino que se trata de gestionarlo bien. Sí, ya sé que eso es así, pero pasa el tiempo y los fondos de inversión andan de lleno en el sector de las residencias. ¿Por qué? Porque se ve el negocio. Así de simple.
Hola Julen, comparto tu sentimiento al 100%, desgraciadamente don dinero es el Sumo propietario de este a veces cruel mundo, te llevo once primaveras, otoños, inviernos y veranos, desde mí visión y corta experiencia, tengo muy claro que un alto porcentaje de esta Sociedad, sólo mira números sin mirar más allá de los sentimientos. Hace tres veranos me tube que volver a mitad de recorrido de la Bidasoako Pedalak, por el fallecimiento de mi Suegra. Por mucho pensar como han de acabar mis huesos y pensamiento, no me resulta nada fácil, descifrar que me deparará es resto de la existencia. Tal vez y solo tal vez, cuando me reencarne, salga de dudas, algo que ahora me hace sonreír y que prefiero vivir lo que me quede.
Un saludo y fuerte abrazo.
Pues nada, a ver si en la próxima reencarnación nos dan mejores piernas para cumplir deseos y llegamos a mover las bielas con soltura en esa tercera edad. Disfruta mientras puedas y gracias por la reflexión 😉
Un GRACIAS por el post + la provocación hacia mi reflexión
Un ABRAZO para ti y tu gente
aNa
Gracias, Ana.