El futuro se escapa

No sé si cada generación habrá sentido, independientemente de la época, la presión de que el tiempo se aceleraba respecto a la que le precedía. Lo digo porque ahora mismo la sensación de que el futuro no va a ser como el presente parece que se ha quedado a vivir por aquí. De repente hablar de futuro no es pensar en el siglo que viene. El futuro se acerca de forma inquietante en el tiempo y nadie parece ser capaz de adivinar qué cambios trae consigo. La biotecnología da miedo y lo que conocimos puede que no sirva para explicar lo que está por llegar. No hay cartografía, no hay hoja de ruta, no hay carreteras y ni siquiera sabemos darle la dirección a quien conduce. Usted siga adelante, ya le diremos dónde parar. La ilusión de control es lo último que se pierde, según parece. Vivimos en la paradoja: el futuro se acerca cada vez más y, sin embargo, cada vez parece menos comprensible.

¿Navegamos en una nave de enfermiza preocupación por el futuro? ¿Siempre ha sido así? Este futuro tan cercano asusta por su omnipresencia. Hay que mirar hacia delante y relajar los músculos porque la incertidumbre y la volatilidad lo llenan todo. Como no hay plan, solo queda surfear la ola. Nos lo han dicho tantas veces que empieza a perder el sentido. ¿Alguien sabe si de verdad va a haber olas? ¿Alguien sabe si llevamos tabla bajo los pies? El futuro rebosa, según parece, de tecnología. Una tecnología salvajemente asimétrica, de piernas y brazos biónicos y, a la vez, de mutilados de guerra y de migraciones obligadas por la muerte en vida que ofrecen ciertos lugares del planeta. Todos nos queremos aferrar al futuro pero nadie sabe qué hay al otro lado. Tras unas últimas décadas de enfatizar en un presente que era todo lo que había, ahora toca escrutar el horizonte allá a lo lejos. Pero solo hay espejismos. Ahí delante no hay futuro. Porque cuando ya crees haberlo entendido, es entonces cuando se ríe de ti a la cara y desaparece. El futuro se acerca y huye, no hay duda.