La imaginación parece esquiva. La mente se mantiene en blanco sin apenas un triste garabato. Un inmaculado vacío que resiste todos los asaltos. ¿De qué quieres escribir? No hay forma. Ningún motivo, nada que ilumine el horizonte. Los dedos revolotean sobre las teclas, indecisos.
Lo piensas de nuevo pero no hay manera. La distancia entre deseo y realidad se agiganta. Deberías ser capaz. Te autoimpones la obligación de hacerlo. Un breve texto, unas líneas, una forma de escapar de la cárcel de cristal. Levantas la mirada. Sigue sin haber nada ahí enfrente. Lo que sea, solo tú lo sabes porque nadie es capaz de verlo.
Insistes. Buscas una victoria que sabes inútil desde el comienzo. Pero victoria al fin y al cabo. Unas palabras que se encadenan a las líneas y te proporcionan una tregua. Otro pequeño esfuerzo. Con cuentagotas, pero parece que esta vez funciona. Otra más. Una breve reseña de quien dices ser.
Llegas al aparente final. Aunque sabes de sobra que se trata solo de una breve tregua. La semana que viene exigirá su peaje. El tiempo pasa pero sigues esclavo del texto. Dijiste que era una escapatoria y se ha convertido en la vuelta al principio. De nuevo en la casilla cero. Por ahora has terminado. Descansa.
La imagen es de Francesco Giannella en Flickr.
2 comentarios
Y cuando no son esquivas es porque se atropeyan y atascan el camino de salida. En cualquier caso aparece el síndrome de abstinencia de las palabras, no hay prescripación facultativa pero existe.
Aunque en este caso, igual es que no hace falta ahora esa escapatoria 🙂
Quién sabe, Isabel. Es algo extraño esto de la «necesidad de escribir» 🙂