El tiempo detenido

Agarrado con fuerza a cualquier tarde de otoño, tapando huecos que huyen hacia el pasado o el futuro, el tiempo se ha detenido. Sin más. No hay después porque todo queda atrapado en una malla donde lo que cae se centrifuga sin remedio hasta el momento presente. La memoria sucumbe. La imaginación se esconde. El ahora lo invade todo. No hay más.

Cada cual en su silla de ruedas. Una conversación imaginaria con figuras que semejan seres humanos pero que son solo simples proyecciones. No hay nadie más ni nadie menos. Los instantes se suceden mientras vuelven sobre sus pasos y reinciden. Es lo mismo que hace un rato aunque les dicen que no, que hoy no es ayer. Sin embargo, las sillas siguen en el mismo sitio.

Pudiera ser que la luz cambiara. Pudiera ser que sintieran que les lleva a engaño. Pero saben que todo gira, que igual que el sol se desplaza también lo hacen sus sillas. Se mueven para quedarse en el mismo sitio. Se mueven para que no pase el tiempo. Para engañar a la vida mientras todo parece caer por un sumidero. Moverse o no, da igual, porque el momento sigue siendo el de siempre.

No sabes muy bien lo que esas cabezas rumian. A veces incoherencias y a veces destellos de lucidez que se ahogan en el instante en que llegan a la conciencia. La rutina se encarga de todo lo demás. Coloca un nuevo día como el de ayer. El calendario ahí fuera pasa página pero aquí cada hoja marca el mismo día. Todo resulta extrañamente igual excepto en ese momento en que falta una silla de ruedas. O en el que un nuevo inquilino toma posesión de ese inquietante trono.