A qué huele el vacío

Nada. Está ahí. Aspiras para saber a qué huele. Pero, ¿a qué va a oler si no hay nada? Eres tú quien proyecta. Tú quien decides el olor. Tú lo percibes. Porque emana de ti. ¿Diferente de cualquier otra sensación? Miras dentro y solo ves un hueco. Sin ocupar. Diferente al resto, sí. Lo vuelves a mirar y crees descubrir cierta paz en su vacío.

Porque la norma es ocupar. Por lo que sea. Da igual el motivo. La fuerza de la razón contemporánea te empuja a saturar. Un hueco. ¿Cómo puede ser? Podría ser tantas cosas. Tantos proyectos cabrían allí dentro. No hay tiempo que perder. No puedes dejar pasar la oportunidad. No. Todo apremia. Para ya. Asalta el vacío.

Hueles de nuevo. ¿Por qué tanto insistir? ¿No ves que no hay nada? ¿Qué quieres descubrir? Claro, te da cierta vergüenza que te vean. Cualquiera podría reprenderte. ¿Por qué lo sigues dejando vacío? ¿No ves que pide a gritos acción? Y tú oliendo otra vez, como si aquello fuera digno de atención.

Por fin lo dejas. Te retiras de la puja. Bajas la mirada y sonríes. Un vacío para pensar. Una sensación diferente. Que no hubiera nada, vaya tontería. Frente a la obligación de hacer, la de sentir. Frente a la materia, el sentimiento. Lo dejas por hoy. No vaya a ser que los médicos no te entiendan y te suban la medicación. Sonríe.