Son tantos ya los días, tantos los años, que a veces se pierde contacto con esos pequeños comportamientos de cada día. Tan habituales que fenecen presos del olvido. Son actos que no conducen a ningún lado, que se retraen de la conciencia. El paso del tiempo los va empujando hacia esos lugares inhóspitos y olvidados del recuerdo.
Sí, es la simple repetición lo que los condena. No hay atención ninguna en lo que sucede. Lo hiciste, de la misma forma en que lo haces y en que volverá a suceder. Forman parte de esos rincones sin valor de nuestra existencia. Ese desayuno cotidiano, ese saludo automático, mirar por la ventana. Todo día tras día, una perenne representación anclada a lo que somos.
Quizá por eso haya que considerar si merece la pena sacarlos del baúl del olvido. Porque somos también toda esa retahíla de actos mecánicos. Vienen de serie y proyectan nuestra forma de estar y de ser. Para lo bueno y lo malo. Hablan a través de quienes los llevamos a cabo. Da igual la atención que reciban. Aunque relegados, son de nuestra propiedad.
Reconvertir lo evidente en un acto pensado y sentido. Un trabajo hercúleo sin final feliz asegurado. ¿Para qué? ¿Más tensión en vez de mantenerlos en ese discreto segundo plano? Es una decisión que hasta puede parecer estúpida. ¿Por qué extraer materiales poco nobles de la mina abandonada de nuestras vidas? Que cada cual decida. Soterrados, siguen ahí, escondidos a la conciencia, presos de la monotonía. Tiempo olvidado. Solo digo que lo pienses.
5 comentarios
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