Todo empieza abajo. Arriba se supone un final. Un lugar desde el que tomar perspectiva. Curva y contracurva, despacio. La cumbre espera, paciente. No se moverá de allí por muchos años. Sobre ella pasarán nubes, cielos despejados, vientos, calmas y tormentas. No tiene ninguna prisa.
Antes de llegar se suceden miles de instantes. Fotograma a fotograma se acerca en un proceso muy lento. La vista se fija en su cima. Allá arriba. Llegaremos, no cabe duda alguna. Otra pedalada, una más. El tiempo se estira perezoso. Los minutos cabalgan más allá de sus habituales sesenta segundos. Otra pedalada.
Mientras subes los pequeños detalles ocupan tu atención. Esa rama, ese árbol. Como hace un instante, como hace algunos más. Sigue. Tras aquella curva otros detalles, tras aquella rampa otra. Insistente, previsible. Más de lo mismo. Hipnótica, la cima sigue impertérrita, a la espera de visitas. El cielo inmenso.
Vas en un túnel. Delante y detrás un paisaje recurrente. La luz del final es la cumbre.
2 comentarios
Me ha resultado una metáfora perfecta para los últimos meses. Reutilitizo en clave personal:
«Todo empieza abajo. Arriba se supone un final.
La vista se fija en su cima. Allá arriba. Llegaremos, no cabe duda alguna. El tiempo se estira perezoso. Los minutos cabalgan más allá de sus habituales sesenta segundos. Mientras subes los pequeños detalles ocupan tu atención. Hipnótica, la cima sigue impertérrita, a la espera de visitas. El cielo inmenso.
Vas en un túnel. Delante y detrás un paisaje recurrente. La luz del final es la cumbre.»
Arriba normalmente uno siente paz 🙂