Química

Sucede. Surge con una mirada, una sonrisa, un gesto de la cara. Misteriosa, pero ahí está. La conexión se realiza en un plano donde no gobernamos con nuestra voluntad. ¿Cuál es el detonante? Difícil. Sobrevenida, la química dispara el entendimiento. Donde había palabras hay ahora intenciones. Un nuevo horizonte que destruye la distancia. El paso hacia la intimidad.

Ahora que te has detenido y miras hacia atrás, ahora es cuando hurgas en el momento. Pero no encuentras la explicación que te sosiegue. Sabes que está ahí pero no eres capaz de explicarlo. Personas, una situación. Un instante. ¿Fue así? ¿O lo puedes encontrar como consecuencia de una repetición, de una insistencia, de una intención? Sabes que está contigo pero no sabes bien ni cómo ni cuándo. ¿Por qué?

El caso es que las puertas quedaron abiertas. Por delante un salto cuántico para avanzar en la comprensión mutua. Puedes acceder a un tesoro. Riquezas como nunca antes descubriste. Tienes la contraseña que te permite jugar en un plano único. Un lugar donde las palabras connotan, donde un gesto se interpreta mediante códigos exclusivos. En ese territorio la química personal flirtea con la locura.

Porque desde fuera no hay forma de acceder al código fuente. Una frontera invisible. Un dique de contención levantado a base de sedimentos emocionales. Mientras, el misterio sigue su curso. El dique se vuelve un gigante insalvable para la mayor parte del mundo. Y sin embargo, hay quien lo traspasa con la facilidad de un suspiro. El material de construcción se diluye de vez en cuando. No es tanto pensar en su composición cuanto en la mirada de quien lo ha traspasado.

La química personal, un ácido corrosivo. Un brillo en los ojos. Una palabra. Dos o más partes de humanidad que combinan en un resultado nuevo. Como siempre fue.