Completa,inmensa, la hoja de papel espera. Parece olvidada. Arrinconada por unas nuevas maneras de escribir. Vilipendiada por su supuesta agresión al medio ambiente. Espera en el corredor de la muerte con una sentencia que nunca pensó podía recibir. Pero ahora ya nada puede hacer. Solo espera que alguien atrape las ideas en otro soporte. Ella ya hizo su papel. Papel.
En blanco, de una virginidad inocente y fuera de toda duda. En su momento se dejó seducir por unas finas líneas horizontales, pero ahora, en su cuenta atrás final, aparece desnuda, sin nada que estorbe su palidez. Si acaso se diría que amarillea, que se marchita, que su vida languidece mientras rememora recuerdos de un pasado mejor.
El futuro deja de ser una opción. Porque cualquier supuesto, lo mire por donde lo mire, oscurece su origen. El blanco del vacío y el blanco de la escala cromática se dan la mano en el destino final. La crónica de una muerte anunciada. En el sepelio la familia recibirá las condolencias de trasnochadas figuritas humanas que escriben líneas peligrosamente inclinadas hacia el precipicio. En blanco, morirá en blanco, sin saber que las ideas no habían muerto porque cambiaron las formas.
Y ahora que se amontona junto a otros papeles garabateados piensa en lo cruel de su vida. Arrancada de un cuaderno, pensó que el futuro serían palabras, letras, números. Esperó en vano. El futuro se tiñó de reciclaje, una muerte que, según le explicaron, daría nueva vida. Pero el acto de fe era excesivo para sus humildes convicciones. No quiso ver las cuchillas. Relájate y disfruta fue lo que le aconsejaron, pero ella sintió la violación en lo más íntimo de su superficie. Murió en blanco, humillada por el olvido.