He terminado recientemente el último libro de Gilles Lipovetsky: Gustar y emocionar. Ensayo sobre la sociedad de la seducción. Como suele ser habitual, está publicado por Anagrama y la traducción corre a cuenta de Cristina Zelich. En Francia se publicó en 2017. Sigue la línea de sus dos últimas obras: De la ligereza y La estetización del mundo: vivir en la era del capitalismo artístico. La sociedad contemporánea se mueve al ritmo de mensajes que van en busca de ese lado más emocional que racional, del sistema uno frente al sistema dos; en definitiva, de la seducción más que de la imposición. Así pues, Lipovetsky se recrea con el término y nos presenta un libro muy en su línea (con cierta repetición, todo hay que decirlo, para quienes le leemos habitualmente), con dos partes bien diferenciadas. La primera se centra en la seducción erótica, entre personas. La segunda la aborda desde un óptica social, de conjunto.
El caso es que, en este despliegue de seducción en que nos movemos, dedica un para de capítulos a la educación. La casualidad ha querido (quizá a veces no es tanto esto, sino que existen conexiones más profundas moviéndose por ahí) que Amalio Rey publicara en el blog colectivo de #REDCA, la Red de Consultoría Artesana, Cultura del más fácil todavía en formación. Ahí nos hemos liado a dejar algunos comentarios porque el tema se las trae, la verdad. Amalio lo planteaba desde una óptica de formación dirigida a profesionales; yo aquí le voy a dar una vuelta desde la perspectiva universitaria. Y sí, ya hemos hablado de esto más veces: La cultura del (no) esfuerzo y Los niveles de exigencia en la universidad.
Lipovetsky deja en su libro algunos párrafos para enmarcar en los que martillea una y otra vez contra este modelo de «seducación» generalizado por el que «la educación rigorista o represiva ha sido sustituida por una educación de tipo liberal y hedonista empeñada en responder a los deseos del niño, en satisfacer, en la medida de lo posible, sus expectativas de placer». Por supuesto, no se trata de regresar a modelos del pasado, de palo y zanahoria, pero esta carrera por arrimarse al juego y no al esfuerzo parece estar teniendo consecuencias: un progresivo deterioro de los resultados educativos en ciertas competencias, según una serie de estudios de Lipovetsky recoge en su obra.
En la universidad es evidente que asistimos a una teatralización de la experiencia educativa. Importa que las alumnas y alumnos formen parte de un guion en el que disfrutarán con el aprendizaje. Les decimos que tienen que apropiarse de su propio aprendizaje y les damos herramientas para la reflexión al tiempo que tratamos de que lo pasen bien. En todo ello, claro está, la universidad como institución social, vive presa de su tiempo. No es ajena a los cambios en la forma en que nuestras chicas y chicos reciben información. Todo se ha fragmentado. Vivimos en una era dominada por la mensajería, el vídeo de tres minutos, el picoteo y la gamificación de los contenidos. En ese contexto, quizá no nos quede otra.
Por supuesto, «entre el autoritarismo y la «seducción por encima de todo» hay que buscar y desarrollar un nuevo camino: una seducción «en los límites de lo razonable» se podría decir». Lipovetsky es consciente de que existe también «una buena seducción, una seducción educadora, liberadora y democrática que favorece el self government a través de actividades individualizadas». Sin embargo, ¿han descendido nuestros niveles de exigencia en la universidad? Hay algunos aspectos en los que es evidente. Yo he citado aquí en más de una ocasión la ortografía y la gramática. Es una lástima lo que tenemos que leer. La capacidad para expresar ideas a través de un texto escrito deja mucho que desear.
La escuela, instituida como «lugar de vida», ya solo es un espacio dominado por actividades pedagógicas que adulan los gustos espontáneos de los alumnos: se trata, por tanto, de no aburrirse nunca, de no obligar, de no repetir. La escuela de imposición del saber ha sido sustituida por una escuela basada en el «niño rey», las actividades lúdicas y de distracción, el rechazo a los ejercicios de repetición y memorización, el culto al presente que pone en pie de igualdad las materias básicas y las actividades de estimulación, las grandes obras del patrimonio cultural y los temas de actualidad tratados por los medios.
En la universidad recogemos al «niño rey» y continuamos el trabajo. No tiene sentido memorizar; ya existen Google y la Wikipedia YouTube, Twitch y Tik Tok. Las pequeñas piezas divertidas, aptas para el consumo inmediato y sin mucha trascendencia, se cuelan en las aulas impulsadas por la efervescencia digital. Nuestras alumnas y alumnos no pueden comprender un mundo que no sea digital. No disponen de la referencia analógica. Por edad están proyectados en un escenario en el que les vendemos la expectativa de que se creen su propio futuro sobre la base de una serie de aptitudes pegadas al presente, el que exigue el guionista, sea este quien sea, en forma de startup o de búscate la vida. «Hemos ido demasiado lejos en la liquidación de los métodos tradicionales de transmisión necesarios para el aprendizaje de la lectura y la escritura, para adquirir los mecanismos precisos para un buen ejercicio del pensamiento», dice Lipovetsky.
Lo que seduce irresistiblemente en internet es que la adquisición del saber parece poder liberarse del esfuerzo, del tedio y la lentitud: tenemos la sensación de tener el mundo a nuestra disposición. En la red, la búsqueda de información adopta la forma de mariposeo, de un juego de descubrimiento flexible y fun: el saber, enseguida, cuando yo quiero, como quiero y, además, como si fuera un juego.
Parecería, por tanto, que si la universidad quiere competir para mantener su poder en el aprendizaje, tal como acontece en los tiempos contemporáneos, tiene que asumir las nuevas reglas. Debemos ser capaces de satisfacer el «mariposeo», el «cuando yo quiero, como quiero y, además, como si fuera un juego» porque esa es la balanza que marca nuestro éxito o fracaso como institución. ¿De verdad es así? Todavía contamos con el monopolio de la certificación oficial del saber a pesar de que se diga que hoy se aprende de cualquier forma, al margen de las instituciones. De momento necesitas el certificado que firma el Borbón, mal que te pese.
En el fondo, la universidad está ante un enorme dilema: producir seres humanos cualificados mirando a la competencia y a las reglas del momento o creerse que su labor es mucho más profunda y no ceder ante las presiones del mariposeo. Ahí, en esa pelea no puede ceder y dejar que se imponga un modelo cool incapaz de trascender y mediatizado por lo que las empresas o el capitalismo global demandan. Nos equivocamos si no asumimos la parte de batalla que nos corresponde para contribuir a una ciudadanía crítica y que sepa qué es el esfuerzo y para qué sirve.
Es evidente que no solo de lo cool vive la universidad, pero sabemos que sirve para atraer matrícula. «Las operaciones de seducción que desarrolla el capitalismo de consumo pueden compararse con medios que permiten inculcar a la sociedad un modo de vida basado en la adquisición incesante de productos mercantiles, la compra de lo superfluo en lugar de lo necesario y la presunción de que todo lo que es nuevo es «superior» a lo antiguo.». ¿Nuestra universidad ha comprado este mensaje? Lo digital introduce, además, nuevas reglas: ahora disponemos de técnicas de inbound marketing: tenemos que generar leads y convertir. Y la pelea por captar al alumnado está ahí.
Con la revolución digital, la seducción mercantil ha entrado en la era del data marketing capaz de anticipar las intenciones de compra y las necesidades de los consumidores. La era digital asiste al aumento de los algoritmos de recomendación individualizada y de los modelos predictivos del acto de compra: estamos en la era de la seducción automatizada que supone la optimización de las prestaciones del marketing a través de la captación ultradirigida de los consumidores.
¿Nuestras alumnas y alumnos son «consumidores» y, por tanto, debemos utilizar las técnicas avanzadas del marketing para conseguir que nos compren? ¿Esto es lo que hay y no existe manera de escapar porque sin matrícula no somos nada? En fin, ahí estamos. ¿Tan grave es lo que nos argumenta Lipovetsky?
Ya no se trata de persuadir con argumentos, ni de fascinar con imágenes idealizadas o modelos con los que identificarse: se trata simplemente de divertir, sorprender, compartir un espíritu, crear una relación de complicidad.
Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay.
6 comentarios
Bueno, ya sabes que escribiendo de esto me das en la vena del gusto, porque es un asunto que me fascina y enfada a la vez. La universidad tiene, efectivamente, ese dilema. Y gente como tú y como yo que con este mensaje nos ganamos un montón de papeletas para que nos pongan el cartelito de «abuelos cebolletas». Hablar en estos términos parece cosa de antiguos y conservadores. Por eso es tan difícil. En este asunto tengo pocas dudas. Si la universidad se empeña en parecerse a las empresas, va a desaparecer. Ese no es su lugar. Yo la veo como uno de los pocos oasis que nos quedan en los que se nos da tiempo para pensar, para reflexionar sobre los por qué sin necesidad del para qué, donde se puede aprender a escribir, expresarse, pensar bien… Todo eso necesita una cadencia distinta a la que propone la «seducación». En el blog de #Redca ya dijimos que no se trata de rechazar los nuevos formatos, sino de buscar un equilibrio adecuado. Aprovechar lo bueno de cada cultura. No voy a seguir porque me va a salir un post, y el tuyo es más que suficiente. Gracias por la mención… ¡¡seguimos!!
Me da que de esto, mientras siga metiendo horas en la universidad, seguiremos hablando. La cuestión es que, al final, vivimos de «ser competitivos» y de ahí no hay forma de escapar. Y la vara para medirla es la que es, al menos en la privada. Hace falta matrícula y eso quiere decir que hay que jugar con las leyes de mercado.
[…] Team Labs (y muchas cosas más). Tenía relación con el artículo que publiqué el pasado día 22: La universidad: o es cool o no cuela. Seguía la estela de otro que Amalio Rey había publicado en el blog colectivo de #REDCA, la Red […]
¿no os parece contradictorio que estemos preparando «personas para ser competitivas» en un «entorno educativo» donde precisamente el modelo es el que estáis dibujando?
A mí me da cosa, realmente, que igualemos fondo y forma, es decir, que sea precisamente el fondo el que se esté aclimatando a estas formas; y lo dice alguien convencido de que las formas son una parte esencial del aprendizaje pero no a costa del fondo, que ese si que me da más «pavor».
Juanjo, me da que prima la matrícula y ahí la pelea es cuerpo a cuerpo en el fango. También depende de qué presión tengas por la empleabilidad de tus egresados, claro.
[…] se publicó en 2017. Ya empleamos cuatro citas del libro en el artículo que publicamos sobre la universidad cool. En este post hacemos un repaso más específico de citas que ayudan a mover las neuronas alrededor […]