La inteligencia artificial lo cambia todo… en la universidad

by Julen

Podemos ser más catastrofistas o cargarnos de optimismo con la que nos está cayendo encima a cuenta de la inteligencia artificial generativa (IAG) y de la digitalización. Podemos ver cómo los suecos se llevan las manos a la cabeza porque parece que sus chicas y chicos en clase pierden capacidad lectora. Podemos ver cómo aquí hay un mosqueo cada vez más generalizado con el uso de los smartphones dentro de las instituciones educativas. Podemos encontrar datos del impacto medioambiental que supone tanta máquina procesando datos. Es el momento de decir qué sí y qué no aceptamos de la inteligencia artificial, esa que coloniza nuestras vidas a lomos de los GAFAM de turno; los que son hoy y los que serán mañana. Como ciudadano raso sé que me cuelan goles a cada momento. Hola, Google. Hola, Amazon. Hola, quien quiera que seas. Ya vale de joderme. Pulse 1 si quiere darse de baja. A ver si tiene cojones. Perdón, que me vengo arriba.

La universidad es esa institución con el monopolio de la certificación académica. Probablemente anacrónica en un mundo en el que, como reseñaba aquí el lunes pasado, a cuenta de los cuatro minutos de inspiración de Pepe Mújica, nuestra chavalería la lleva (sí, nos referimos a la universidad) en su bolsillo. En el tamaño de su smartphone caben todas nuestras clases, nuestros apuntes, nuestras explicaciones, nuestro teórico saber, nuestra pedagogía. Otra cosa es que seamos tan burros que no somos capaces de ganar la batalla al scroll infinito de Instagram o a cualquier otra «inmundicia» (seguimos empleando las palabras de Pepe Mújica).

Estaba leyendo el enésimo informe del impacto de la inteligencia artificial generativa en las empresas el mundo. Lo escribe McKinsey, que no son, por supuesto, inocentes. Beben de sus axiomas y no hay quien les saque de ahí. Dicen que hacen investigación y muestran datos. Menos mal que hace tiempo que sabemos que los datos son ideología. No obstante, yo me sigo leyendo estos informes. Y los manejo en mis clases. De hecho, emplearé varios gráficos del inocente McKinsey en mi siguiente clase en un MBA Executive allá a finales de enero. Soy parte del circo.

Bueno, volvamos a la universidad, que es lo que me inspiraba para escribir estas líneas. Podíamos ver al demonio detrás de la IAG. ¿Tengo que preparar una clases en un MBA Executive sobre IAG y digitalización con un enfoque de marketing? Antes fue la caja tonta de búsqueda de Google. Toma lista de resultados y ahí te las apañes, bandido. Pero ahora no, ahora deja de hacerme perder el tiempo. Quiero que me des «la» respuesta, que mi tiempo vale dinero. Claro, lo único que tengo que saber es cómo hacerte la pregunta. La importancia de las preguntas. Quién nos iba a decir que la IAG nos iba a dar la razón. Otra trampa más en la que caemos. Nos rebajamos al lenguaje máquina. Touché!

Igual que yo, como profe, me puedo echar en brazos de la IAG, lo mismo pueden hacer todas estas chicas y chicos que vienen a la universidad a pasarlo bien. Porque ahora ese el concepto. La experiencia del alumnado incluye dosis adecuadas de cliente/alumno. Cuando digo «echarme en brazos de la IAG», insisto, tengo que saber preguntarle como ella quiere. Así que solo necesito rebajarme y no hablarle como humano, sino como máquina que debo ponerme a su altura para que me entienda. No digáis que no es lista la IAG.

La universidad convertida en experiencia. Pensamiento crítico. Pero no me jodas, que hay rankings en donde compararse según las varas de medir del sistema. Hay notas académicas, hay empleabilidad, hay un juego en el que cada cual nos sabemos parte –hasta ahora era así– necesaria.

Hoy en día ya podemos poner un vídeo en clase y captar la atención. La gente es más ocurrente en los vídeos; sobre todo, porque puedes elegir entre unos cuantos trillones. Si encuentras el adecuado, ¡zas! Prueba conseguida, el alumnado cautivo delante de la pantalla. Su mundo. La pantalla. Da igual que Biznaga le ponga letra y música. Lo que busqué, me encontró. La pantalla es Dios. Sea lo que sea Dios. No soy yo, es el vídeo el que engancha, el que hace empatía y se coloca a la par con la «experiencia» que espera el alumnado. El vídeo lo cuenta mejor.

Ahora es la IAG quien lo va a contar mejor. Porque la hemos alimentado por lo civil y por lo militar. Bueno, la «han alimentado» los GAFAM de turno. Open AI de por medio, Microsoft de por medio. Google o Amazon. Quien quiera que sea que manda en el mundo. Entes que nos sobrevuelan y que nos chupan la sangre, el conocimiento, las hormonas y todo aquello que podemos ser. Google lo quiere saber antes que tú; siempre lo tuvo claro. IAG por delante, nosotros por detrás.

¿Hasta cuándo van a a resistir las instituciones educativas? Miro al inocente McKinsey y me cojo el gráfico que me interesa, el que te puede poner los pelos de punta. O también te puede resbalar. Porque el mundo está lleno de predicciones que no se cumplen. Pero los chicos de McKinsey & Company, Inc., (según dice la Wikipedia, «es una consultora estratégica global que se focaliza en resolver problemas concernientes a la administración estratégica», bonita metáfora), no se cortan un pelo. No les tiembla el pulso cuando predicen lo que pasará en 2050 o 2060. Ni que fueran de Bilbao.

Voy con el gráfico, que otra vez me despisto. Estábamos en la universidad, en sus profas y profes, en las criaturas que se matriculan, en la didáctica, en la experiencia. ¡Toma gráfico!, que diría Rockefeller, el muñeco del difunto y oscuro José Luis Moreno.

O sea, nos decían que lo nuestro, lo de la docencia (y más en la universidad) era poco automatizable. ¿Eso cuándo fue? Hace ya mucho tiempo. Ahora competimos con videotutoriales de 3 minutos, con la generación de textos escritos que le dan mil vueltas en calidad a nuestra alumna/o promedio, con la generación de imágenes y vídeos que se han alimentado hasta de la última gota del conocimiento humano. La universidad, no obstante, se defiende. Te pongo nota, te doy la certificación, te digo que serás empleable, te quiero para toda la vida (long-life learning), te lo hago pasar bien (lo intento, al menos), te muevo por el mundo. No te vayas todavía, no te vayas por favor (suena la guitarra detrás).

¿Estamos ante el principio del fin?

Imagen de congerdesign en Pixabay.

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2 comentarios

Isabel 20/12/2023 - 18:44

¡Siempre! Siempre es el principio del fin, ¿no?
Yo ni me enfado. Sigue habiendo mucho por explorar en los márgenes y observo que hay también alguna que otra corriente que se nos despista.
Y no te olvides que tengo pedida audiencia para principios de año 😉
Besos, familia.

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Julen 22/12/2023 - 06:30

Tiempo al tiempo, Isabel. Bajan las aguas revueltas… como tantas otras veces. Cuando quieras, hablamos.
Besos y abrazos de vuelta 🙂

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