Cambio de ciclo: una actitud cínica frente al trabajo

Me educaron para asumir que el trabajo ocupara un lugar central en mi vida. Estudié, supongo, para ser una persona de bien, pero desde luego que también para ser un buen trabajador. Soy el resultado de unos valores que me han ido perfilando. Me han llegado a poseer a través de un constante goteo: multitud de pequeños inputs han terminado de moldear a la persona que soy. A mis 58 años me constituyo en un conjunto de creencias que viven conmigo sin que haya manera alguna de cuestionarlas. Entre ellas, insisto, hay una que tiene que ver con qué es el trabajo en mi vida y cómo lo debo abordar.

«Me gusta lo que hago» (referido al trabajo, claro está). Cuántas veces me lo he dicho a mí mismo. Disfruto, lo paso bien. Lo siento así y creo que se proyecta en mi forma de trabajar. Cojo un proyecto y me encariño con él. Interactúo con personas que merecen mi esfuerzo por darles lo mejor. Muchas veces –de forma consciente o inconsciente– bastante más allá de donde colocamos la primera expectativa. Intento que esa pasión se refleje en mi trabajo. ¿Pasión he dicho?

Miro hacia atrás y me doy cuenta de que en 2003 tomé una gran decisión. Trabajaba en algo que podría llamarse una gran empresa. Ganaba bien y, hasta donde esto se pueda decir, tenía un futuro asegurado. Entonces se me cruzaron los cables y algo ahí dentro hizo un cortocircuito. Preferí cambiar el rumbo y trabajar por mi cuenta. Hoy, atrapados por el discurso imperante, lo llamaríamos emprender. No me fue nada mal y, por consejo de mi asesoría, hasta creé una empresa. O sea, que me convertí en empresario. ¿Por qué? No tengo una respuesta clara. Eso sí, empresario de mí  mismo, the startup of me.

En mi escala de valores el trabajo subió enteros. Si comparaba mi estándar con el la gente cercana que me rodeaba en la familia, pasé pantalla. Sí, me coloqué en un lugar diferente. Gané en libertad, asumí cierto riesgo (y mira que siempre me he sentido una persona cobarde) y comencé una senda en la que aún continúo. Eso creía.

Hoy me encuentro ante un cambio de ciclo. Creo que mis prioridades han cambiado. Asumo el viraje hacia una visión cínica del trabajo. Lo estaba viendo venir, pero ahora lo tengo claro. Sí, los proyectos –la consultoría artesana– siguen alimentando mi espíritu. Sigo siendo lo que trabajo. Pero no, no es como antes. El cambio de ciclo es evidente. La forma en que distribuyo mis horas no puede continuar por el mismo camino. El trabajo tiene, necesariamente, que hacerse a un lado.