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La República Democrática Alemana a través de dos libros – Consultoría artesana en red

La República Democrática Alemana a través de dos libros

by Julen

La casualidad ha querido que en estos últimos tiempos haya leído dos libros con un punto en común: la República Democrática Alemana. Eso significa situarse en un tiempo, el de la guerra fría, que refleja una sociedad hasta cierto punto distópica. Sabía de La sospecha de Sofía, una novela de Paloma Sánchez-Garnica, porque había llegado hasta mi lector de ebooks precedida de una recomendación muy sencilla: un libro entretenido como pocos, mezcla de aventura y thriller. Vamos, ideal para que me pusiera en plan me lo zampo en dos o tres sentadas. Es algo que me pasa de vez en cuando, por muy largo que sea el libro. Cumplió las expectativas.

El otro libro del que hablo es La carrera contra la Stasi, de Herbie Sykes y traducido al castellano, cómo no, por David Batres Márquez. Este me he llegado como consecuencia de mi suscripción anual a las novedades de Libros de Ruta, una editorial por la que siento una especial debilidad. Eneko Garate es la persona que la hace posible. En estos tiempos tan complicados no puede uno sino ensalzar la perseverancia de gente capaz de mantener en el mercado un proyecto semejante: una editorial con el foco colocado en el ciclismo. En este caso, con una edición muy cuidada, nos trae la obra de un periodista deportivo que llevó a cabo una investigación fascinante: la que tuvo que ver con la deserción del ciclista Dieter Wiedemann en 1964 al cambiarse de bando y refugiarse en la República Federal Alemana dejando atrás su vida al otro lado de la frontera.

La novela de Paloma Sánchez-Garnica juega con una historia que no puedes sino entender como ficción, pero permite adentrarse en el trasfondo de una situación política en la que espiar era, según parece, lo que tocaba. El libro de Herbie Sykes, premiado incluso como el mejor de ciclismo en 2015 en los British Sports Book Awards, pone el foco, por contra, en una historia real. Los dos textos quedan unidos por un periodo histórico y una geografía muy concretas.

Leídas ambas historias en 2020, suponen un buen ejercicio de reflexión sobre la libertad de elección y la presencia distópica del estado en la vida de la ciudadanía de a pie. Conste que leer sobre la República Democrática Alemana no debe esconder la mirada también hacia el estado franquista. En este sentido solo la novela de Paloma Sánchez-Granica nos lo puede evocar. Sin embargo, leídos ambos, el problema parece converger: había que saber lo que la gente pensaba. Parece el punto común distópico de lo que sucedió. Esperemos que la historia sirva para evitar que ciertos monstruos no se repitan, aunque ya sabemos que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

La historia de Dieter Wiedemann, documentada por el autor a través de un considerable número de informes de los confidentes de la Stasi, nos sumerge en un entramado de creencias políticas y lealtades que resulta difícil de imaginar hoy en día. La Stasi era el «Ministerio para la Seguridad del Estado» y, según podéis leer en la wikipedia, «en el momento de la desaparición de la RDA en 1989, se estima que la Stasi tenía 91.000 empleados a tiempo completo y 180.000 informadores». No quiere decir esto que ahora, en nuestra sociedad contemporánea occidental, no tengamos nuestra ración –multiplicada exponencialmente, para qué engañarnos– de vigilancia. Claro que esta se ha desplazado del estado hacia las empresas que necesitan saber lo que pensamos y somos para vendernos sus mercancías. Antes era cuestión de vender ideología de estado, ahora es cuestión de empujarnos hacia el consumo masivo. Así pues, distintos objetivos y distintos medios, pero con un elemento común: la vigilancia.

En fin, dos libros con una intención muy diferente, pero que la casualidad ha querido que los lea casi de seguido. Termino con esta reflexión de Dieter Wiedemann cuando ya lleva un tiempo instalado en la Alemania capitalista.

Lo que más me costó de esta, mi nueva vida, fue que, de repente, era responsable de todo lo que hacía. Puede que le suene extraño, pero en la RDA siempre me habían dado todo hecho. El Estado lo decidía todo. Decidían lo que ganabas y te proporcionaban trabajo y techo. Ahora tenía que construir una vida tanto para Sylvia como para mí y la calidad de esa vida dependía de mí, únicamente de mí. Por supuesto que estaba toda aquella burocracia, pero me refiero, más bien, al hecho de que aquí no había red de seguridad alguna.
En la RFA tenía que tomar decisiones a cada paso y elegir en todo momento. Y eso era algo a lo que no estaba acostumbrado, por lo que la vida era bastante intimidante. Por ejemplo, la idea de alquilarle el piso a un individuo privado era absolutamente nueva para mí. En la RDA, si querías un coche o un piso te metían en una lista y, con suerte, recibías el mismo que recibía cualquier otra persona. Aquí había un montón de coches para elegir y un montón de opciones para cualquier otra cosa. No estaba acostumbrado a elegir y tampoco lo estaba al consumismo. En la RDA no podías comprar una casa, o un coche caro, ni tampoco tenías la oportunidad de elegir tomarte unas caras vacaciones. Todo aquello me costó muchísimo, porque estaba condicionado a actuar de una manera totalmente opuesta.
No era tanto que no quisiera gastar el dinero, sino más bien que no sabía cómo gastarlo. Cuando crecí, en la RDA, no teníamos dinero alguno y toda la sociedad giraba en torno a ser lo más frugal posible con él. Aquí, a la gente le encantaba demostrar que tenía dinero y lo hacían comprando cosas que eran muy caras. Si le soy sincero, no era capaz de comprenderlo y lo encontré muy confuso.

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