Como quiera que la eficiencia es la fe única a la que hay que rendir culto en la empresa contemporánea, los algoritmos nos han adelantado. No podemos competir contra semejante creación humana. Sus capacidades para procesar datos no tienen nada que ver con esta miseria cerebral que nos define. Siempre que dejemos una huella digital o que haya un dato que llevarse a la boca, los algoritmos están ahí para reemplazar la decisión humana. Lo pueden hacer en cuestiones de poca importancia o puede ser que te despidan de tu no-trabajo. Digo «no-trabajo» porque, si el algoritmo decide, no deberíamos considerar que lo que hacías era un «trabajo» de verdad. Intento explicarme.
Estoy leyendo El trabajo no es lo que era, de Albert Cañigueral. Ya escribiremos alguna reseña cuando lo terminemos. Albert escarba en el sentido del trabajo en los tiempos actuales y lo hace muy volcado en su experiencia profesional de estos últimos años. Un corolario que, creo, podría extraerse de su repaso a la situación actual es que, por fin, hemos llegado al no-trabajo. Así sería en el caso de los trabajos de mierda, una evidente deshumanización de los vínculos laborales; pero me parece que también podemos hablar de no-trabajo en todas esas otras actividades laborales fruto de la fragmentación a la que aboca simplificar la tarea. El algoritmo necesita, en su mayor parte, entornos predecibles (ahora ya nos venden también su contrario) y para eso el trabajo se debe organizar falto de sentido finalista.
El trabajo a la sombra de las modernas plataformas, esas que tan bien estudia Albert, representa en buena medida la degradación de la tradicional importancia asignada al trabajo en nuestra escala de valores (insisto, hay que leer a Sennett). Lo laboral se milimetra porque necesita mediciones en forma de ceros y unos. Si el jefe es el algoritmo, tu actividad se medirá en datos; no hay otra forma de que él reparta el trabajo de mierda. Las condiciones son sencillas: hay un mercadeo de oferta y demanda, pero no de trabajo sino de no-trabajo. Porque la variable que lo cambia todo es que cada vez más los humanos no vamos a poder competir con la inteligencia artificial. Por esto digo que, para hablar con propiedad, pasamos del trabajo al no-trabajo, lugares que, siguiendo a Marc Augé, son intercambiables y no generan apego alguno.
El futuro del trabajo es el no-trabajo. La eficiencia debería quedar para estos nuevos entornos alaborales en los que emerge un nuevo tipo de relaciones. Los cobots no son sino una manera dulce de hablar del presente en términos buenistas. El camino conduce inexorablemente a un cambio radical de la escena. Las personas caminamos hacia la irrelevancia en este modelo productivo. Lo escribía hace unos días y a cada instante que pasa me parece que vamos a asistir a un cambio de paradigma. Tenemos que inventar una nueva ontología. El trabajo se ha convertido en no-trabajo y nosotros, los humanos, nos vemos obligados a tirar de creatividad e imaginación para crear una nueva realidad.
¿Hasta cuándo tiene sentido competir con la capacidad de procesamiento de robots y de cualquier artefacto dotado de inteligencia artificial? Es una carrera que, insito, está perdida. Quizá algunas actividades laborales del pasado se hagan hueco en este futuro distópico; algo así como actividades encerradas en vitrinas que se expondrán para que las nuevas generaciones sepan cómo se trabajaba años atrás. La mano invisible, de Isaac Rosa, te puede ayudar a comprender de qué estoy hablando. Esa observación del trabajo alienante es la representación del fracaso. Ese trabajo, por fin, se acabará convirtiendo en no-trabajo. La eficiencia lo sepultó.
Este no-trabajo debe reclamar, eso sí, que los algoritmos decidan bien y que exista un cierto control ¿humano? sobre sus deliberaciones y sobre los resultados de las mismas. Habrá que inventar nuevas leyes e instaurar algún tipo de límite a su actividad. No hay que descartar que ciertos superalgoritmos controlen a los algoritmos de a pie. Lo digo porque a lo mejor tampoco tiene mucho sentido ponerse a controlar a un ejército de millones y millones de algoritmos. Necesitaremos un moderno taylorismo digital para que el control sea efectivo. Lo nuestro será controlar al controlador.
El trabajo –creo que acierta Albert con el título de su libro– ya no es lo que era. Quizá se ha convertido en no-trabajo.Y sí, también podemos ser optimistas y tirar de humanismo digital.
2 comentarios
Julen, me genera dudas tu planteamiento, o la terminología que usas. ¿Cómo defines tú “trabajo”? Yo empezaría por ahí, sino, no lo entiendo. Dice la Wikipedia que “trabajo” es la “ejecución de tareas que implican un esfuerzo físico o mental, y que tienen como objetivo la producción de bienes y servicios para atender las necesidades humanas (…) Actividad a través de la cual el ser humano obtiene sus medios de subsistencia”. Siendo así, no acabo de entender por qué llamas “no-trabajo” a: 1) los trabajos de mierda, 2) los trabajos en los que el algoritmo decide y “es tu jefe”, 3) actividades en las que la fragmentación ha simplificado tareas. El 1 y el 3 siempre han existido, y tendremos más. El 2 sigue siendo “trabajo”, aunque cambie el jefe, y sea un algoritmo, dado que para hacerlo tendrás que «ejecutar tareas que implican un esfuerzo físico o mental». Lo que quiero decir es que más que un “no-trabajo”, tendremos uno distinto, peor, mejor, lo que sea. Yo veo, simplificando mucho, dos escenarios: 1) nos llenaremos de trabajos de mierda, pero trabajos al fin (hoy hay mucho “trabajo” de mierda, y es trabajo), hasta que haya una revolución, 2) se producirá una reconversión del “trabajo” hacia nuevas formas de aprovechar la capacidad humana. Para mí el “no-trabajo” es no trabajar. Y eso, quién sabe, puede ser una ventaja. Hay muchas puertas abiertas.
Amalio, disculpa, que tenía pendiente responderte. Leyendo lo que argumentas soy conciente de que el concepto no queda claro. Llevas razón. Mi idea al manejar ese «contrario» a lo que hasta ahora hemos entendido como trabajo es que estamos ante algo que está mutando para convertirse en otro tipo de elemento. Creo que voy a escribir bastante en estos próximos días respecto al sentido del trabajo. El libro de Albert está muy bien. Si tienes tiempo, léelo. Él no maneja para nada esta idea de que «no-trabajo». A mí me sirve para intentar pensar de otra manera porque lo que hasta ahora había usado para analizar creo que se me está quedando obsoleto.
Albert termina su libro reconociendo que frente al trabajo emergen otros argumentos: lo que somos y no tanto lo que hacemos. Son terrenos pantanosos y quizá ahora mismo este post que he escrito o incluso otros que vengan después no reflejan sino mi confusión actual. Por ejemplo, aquí en el cooperativismo, el trabajo aparece como elemento central del pensamiento de Arizmendiarrieta. ¿Estamos ante un cambio de ciclo porque el trabajo tal como se entendió cuando nació el cooperativismo allá por los 50 y 60 del siglo pasado ahora ya no tiene sentido? Por eso le veo sentido al uso del término «no-trabajo», que puede tener que ver con una nueva realidad que emerge y también con esas otras actividades que no llegan al nivel de un trabajo digno (con nuestra mirada clásica), sino que se quedan en microtrabajo de mierda.