Mi experiencia profesional, lo reconozco, me ha llevado a una postura muy negativa respecto a la forma en que se diseñan y gestionan los sistemas retributivos de las organizaciones. He tenido, eso sí, más contacto con los de las cooperativas, pero también alguna experiencia con los de otros tipos de empresa. A veces digo que cuando te enfrentas al rediseño de un sistema retributivo debes esperar que salga «lo peor de cada casa». El dinero es una variable a la que diferentes personas otorgan diferente valor en sus vidas. Es muy difícil hablar de ecuanimidad porque la percepción va por barrios.
Ángel Toña ha escrito recientemente un artículo de Berria (en euskera) cuyo título, traducido a castellano, es muy significativo: ¿Cuánto es mucho? ¿Cuánto es suficiente? Te recomendaría que lo leyeras. Eso sí, para mí ninguna de las dos preguntas tienen respuesta cierta. Cada una de ellas solo conduce a un callejón sin salida: «depende».
Creo firmemente que la desigualdad, en cualquier ámbito, es semilla de conflicto (del malo) y de fracaso. Es semilla porque necesita un tiempo para desarrollarse, pero a mayor desigualdad, mejores condiciones para que todo salte por los aires. La desigualdad es la puerta de entrada a la desconfianza y la desconfianza el germen de unas relaciones laborales condenadas al fracaso y, lo que es peor, a provocar heridas dolorosas en las relaciones personales. No olvides que las relaciones laborales también son relaciones personales.
¿Qué es desigualdad? El asunto es complejo porque el término implica compararse y ahí tienes donde elegir. Puedes hacerlo con tu vecina del tercero, con el rider colombiano que te ha entregado el último paquete de Amazon, con tus compañeras y compañeros de universidad, con el salario medio de Noruega o el de Burkina Faso, con el de los directivos del IBEX 35, con los de ese empresa a la que subcontratamos ciertas piezas, o con la cooperativa que no hace sino obtener resultados positivos año tras año. Puedes compararte con tus colegas de otros departamentos de tu empresa o hacerlo respecto a lo que ganan profesionales similares en otras empresas de la competencia. Tú eliges. Up to you.
No olvides también que desigualdad es valorar más un trabajo de directivo en una gran empresa que otro de cuidados a una persona. La economía productiva ha machacado a esa otra que gira en torno a los cuidados. Una hora de una reunión en la planta 38 de un gran edificio en la mejor zona de una gran urbe vale mucho más que una hora de acompañamiento a una persona mayor mientras sostienes su mano entre las tuyas. Esto es desigualdad. Bestial. Desigualdad brutal.
Todo son comparaciones. Y siempre puedes elegir aquella en la que sales mal, muy mal, en la foto. Es muy humano. Somos consecuencia de la selección natural, ¿no? Todo va de compararnos y salir ganando. Sin embargo, con la retribución, predomina el fracaso: en la comparación mucha gente se ve perdiendo. Es injusto. Me tratan mal. No me reconocen. Ya se ve lo que valgo para esta organización.
La pregunta de Ángel Toña hay que irla respondiendo caso a caso. Quizá podamos sorprendernos de que el salario de un megadirectivo de una empresa del IBEX 35 le hunda en la miseria cuando se compara (porque lo hace, claro está) con su vecino de otra empresa de similar pelaje. ¿Cómo puede ser que yo gane menos? Lo mismo se siente maltratado por su organización. No le valoran. ¿Por qué no tengo una tarjeta black?
El problema, no obstante, puede ser simple de entender. Nuestra sociedad viaja a marchas aceleradas hacia escenarios donde «el ganador se lo lleva todo». Arriba, eso sí, solo hay uno. Uno, en masculino, que disfruta. Uno que gana más que todos los demás. El problema le puede venir cuando en el ranking, pasa de número uno pasa a número dos. Ganar más que el 99,999999% de la población mundial es un verdadero fracaso si el personaje en cuestión se compara con ese cabrón de 0,0000001% que gana más que él. Eso duele, vaya si duele. De risa. O no tanto.
La pelea, por supuesto, tiene que estar en elevar el nivel por abajo. La desigualdad retributiva galopa a lomos de que las personas son recursos humanos y que hay que pagar por ellos. Son un coste. Si en China o Portugal me cuestan menos, no se hable más del asunto. La desigualdad es más difícil de concretar cuando deslocalizas. Porque entonces, por abajo, te colocan sobre la mesa la amenaza: no protestes, que la producción podemos llevárnosla allá donde tengamos que pagar menos por la mano de obra. Entonces, claro, activan el sesgo cognitivo del anclaje: me aseguro de que entre a fuego la referencia de que tampoco estás tan mal. Ojo con quejarte tanto. Tenemos Rumanía, tenemos Portugal, tenemos (¿teníamos?) China, tenemos Latinoamérica y África. Tenemos tantos lugares donde hacerte ver que, en la comparación, sales ganando.
Compararse, muy humano. Cada cual sentirá hasta dónde alcanza la injusticia. Por cierto, el crecimiento empresarial, en general, rompe escalas retributivas por arriba; no por abajo. El sistema es perverso. Más grande, más para los de arriba. Más grande, poca o nula repercusión (comparada) para los de abajo.
Escribo esto desde un supuesto primer mundo y en 2024. Desigualdad que va a más. Y, sin embargo, me puedo comparar con el Paleolítico, cuando la esperanza de vida era de entre 22 y 33 años. Me puedo comparar con la República Centroafricana de hoy donde el PIB per cápita no llega a los 1.000 dólares frente a nuestros más de 45.000. Me puedo comparar con lo que me dé la gana. ¿Gano mucho?, ¿gano suficiente? En el fondo, quizá te deseo lo peor. Quizá no es tanto salir mejor que tú en la foto. Quizá es que tú salgas peor que yo. Déjame tuerto. Me voy a aplicar el cuento.
El consultor, estresado y nervioso por un día agobiante de trabajo, encontró al final del día la suerte que había estado buscando durante tantos años de esfuerzo. Encontró una lámpara maravillosa. Estaba claro: era una lámpara mágica y frotándola saldría un genio. Podría pedir tres deseos. Así que… la frotó y allí estaba: era el genio de la lámpara. Enseguida el genio le habló: «Has tenido suerte; soy el genio de la lámpara y te concederé un deseo. Lo que me pidas». ¿Cómo?, ¿un deseo? No puede ser… son… siempre han sido tres deseos; no uno… ¿Por qué no puedo pedir tres deseos? El genio se disgustó por lo que oía. Le dijo entonces al consultor de empresa multinacional, con sistema piramidal, donde muchos son los que entran y pocos los que progresan: «Además, debes saber que al consultor de la mesa del fondo le daré el doble de lo que tú me pidas. Pero, insisto, te daré lo que me pidas». Aquello destrozó al consultor. Empezó a dar vueltas y vueltas pensando qué pedir. Pensaba y sudaba. Se iba poniendo nervioso. El genio le apremió: «Pide el deseo; mi tiempo se agota». Entonces el consultor, con voz quebrada y despidiendo odio por los ojos, le dijo: «Pues… ¡déjame tuerto!, ¡déjame tuerto!, ¡déjame en paz!»
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