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Empatizar con el trabajo alienante – Consultoría artesana en red

Empatizar con el trabajo alienante

by Julen

Acabo de terminar de leer un libro de esos que hace pensar sobre la naturaleza del trabajo: La mano invisible, de Isaac Rosa. Llegué a él porque estaba referenciado en Ciclismo y capitalismo, de Corsino Vela, otro libro del que hablé hace unos días aquí mismo ya que incluí 20 citas que me parecieron sugerentes. Isaac Rosa nos plantea una situación muy de los tiempos que corren: ¿por qué no hacer un reality para ver a un grupo de personas desempeñando sus labores profesionales ante un público que los observa y, como en cualquier espectáculo, se ve con el derecho de aplaudir, abuchear o exigir lo que crea conveniente? Pues bien, el caso es que en una nave industrial perdida en un polígono industrial cualquiera sucede la acción: pasen y vean el espectáculo. Trabajadores en acción. Juzgue por sí mismo, que para eso dispone de gradas y, además, la entrada es gratuita: albañil, operaria de cadena, carnicero, mozo de almacén, teleoperadora, limpiadora, mecánico, costurera, camarero, administrativa, informático y vigilante. 

Sí, se trata de asistir a una función, de convertirse en turista del trabajo. En vez de ir a ver una exposición a un museo o de contemplar las bellezas de un entorno natural privilegiado, elija otra opción diferente, más de nuestro tiempo: observe a una serie de mujeres y de hombres trabajando. Esa es la función: trabajar. ¿Ficción o realidad? Usted decide si lo que ve está pasando porque así son las cosas en verdad o si todo se encuentra guionizado y sucede como quieren que suceda aquellos que manejan los hilos. ¿O será que es lo mismo? El trabajo de verdad o este, guionizado, ¿los dos están sometidos a la misma dinámica de manejo por parte de alguien?

[…] la atención requerida es la mínima para una tarea elemental, pero la velocidad, la cadencia, el cuidado para no cometer errores, hacen que estés pendiente sin pensar en ello, no sabe cómo explicarlo, lo ha intentado alguna vez con una amiga ajena a la fábrica, es difícil de entender, no estás pensando cada movimiento pero sí estás pendiente de ello, lo justo para no poder pensar en otras cosas, además hay que atender el pedido, el papel con las instrucciones, el orden a seguir, y es verdad que la secuencia programada es simple, como escoger una triangular, una rectangular y luego la que ponga en el papel, eso acaba siendo automático también, más complejo pero automático, las combinaciones no son tantas y uno acaba leyendo sin enterarse de lo que lee, ve los códigos numéricos y la mano va sola al contenedor donde está el retrovisor correspondiente, la pieza cuadrada que toca ahora; pero incluso aunque no tuviese que leer, aunque no tuviese que decidir, escoger, aunque todas las piezas fueran cuadradas y no hubiera posibilidad de error, todo fuese un solo gesto repetido una y otra vez sin variación, tampoco entonces podría pensar con facilidad.

Los trabajos de los que usted puede disfrutar en este reality conducen a quienes los llevan a cabo a este tipo de reflexiones. ¿Piensa usted mientras trabaja? ¿Puede trabajar sin pensar en lo que trabaja? ¿Hay tareas que no le suponen ningún tipo de pensamiento activo? ¿Ha desarrollado alguna habilidad especial para hacer lo que hay que hacer sin que su mente deba procesar nada en particular? ¿Puede trabajar en modo automático? ¿Este modo automático lo programa usted o alguien lo ha programado para que lo ejecute, al final, sin pensar? ¿Es usted un robot humano hasta que otro, mecánico y dotado de inteligencia artificial, le sustituya?

Esta novela (¿ensayo?) de Isacc Rosa pone el acento en cierto tipo de trabajo. Claro que por detrás, la reflexión es: ¿cuántos trabajos terminan siendo como los que se describen de forma tan minuciosa y obsesiva en el texto?, ¿todos terminan impregnados de deshumanización? Como nos lo explica la trabajadora de la cadena de montaje: «para ella no es diferente, para ella, lo ha comprendido en estas dos semanas, es lo mismo ordenar retrovisores que llenar cajas que luego tiene que vaciar y después llenarlas de nuevo, todo es trabajo, esfuerzo, cansancio, atención y un sueldo necesario para vivir».

Siempre fue así, también en otros trabajos, todo se reducía al sueldo, no había nada más, no le motivaban las arengas que de vez en cuando intentaba el director, ni las charlas de los ingenieros, no se sentía parte de una cadena, de un proceso, de una obra colectiva, sabía que si no lo hacía ella ya lo haría otra, el director tenía una carpeta llena de solicitudes, aquello era sólo trabajo y esto también lo es, redonda, cuadrada, redonda, cuadrada.

En este reality el trabajo parece no tener sentido: tras construir una pared hay que derribarla, tras realizar un montaje hay que desmontarlo. La tarea da igual, hay que hacerla, hay que terminarla. Luego algo sucederá, pero eso no es lo relevante. Lo que de verdad pasó es lo que se hizo, el para qué forma parte de la ilusión que nos quieren vender: nuestro trabajo tiene sentido. ¿De verdad lo tiene? ¿Quién marca el ritmo en la cadena de montaje? «Yo creo que se llama cadena porque estamos encadenados», dice la chica.

[…] el ritmo lo marcaban las sirenas y la velocidad de los raíles en suspensión y de las cintas transportadoras, que no siempre era la misma, se aceleraba o ralentizaba para acomodarlos a la demanda en el mercado y a la llegada de los camiones.

¿En qué trabajas? ¿De verdad tiene sentido la pregunta? El trabajo es trabajo. Para mucha gente es intercambiable. Hoy puede ser de albañil, mañana cargando bultos en un almacén, pasado mañana en una línea de montaje. No importa el qué ni el para qué; es trabajo. Su profesión es: trabajador.

[…] todo es trabajo, él no se dedica a esto o aquello, él simplemente trabaja, su profesión es trabajador, sin más, a lo que en sus momentos de frustración puede añadir el epíteto que mejor se ajuste con su humor, trabajador basura, trabajador de usar y tirar, o trabajador de mierda, según tenga el día y según quién se lo pregunte.

Y el caso es que todo está pensado. El sistema ha encontrado la forma en que podemos dar lo mejor de nosotras mismas. Descubre en qué circunstancias rendimos más y mejor. Pero deja de pensar lo que estás pensando. Te has ido a los incentivos, a las recompensas, a la motivación bien trabajada, sea de zanahoria o más elaborada. No es eso a lo que me refería. Sabemos que en determinadas circunstancias tu trabajo como teleoperadora te saldrá mejor:

[…] aquello que un director le confesó mientras intentaba llevársela a la cama en una cena de navidad: está todo pensado, chica, está más que comprobado que así trabajáis más y mejor, cuanto más cabreadas, cuanto más quemadas, cuanto más reventadas, más llamadas atendéis, menos tiempo empleáis en cada llamada, más resultados, más efectividad, más productividad, no me digas que no te habías dado cuenta, piensa en cómo trabajas cuando estás harta, es en esos momentos cuando más persuasiva eres con los clientes, cuando más garra pones en cada llamada, verdad, reconoce que tengo razón; y ella se sintió tan estúpida que acabó aceptando la seducción de aquel cretino como una forma de castigarse.

Años y años de entender el trabajo como eso que nos servirá para ganarnos el pan de cada día, con el consabido sudor de nuestras frentes. Años y años de sabiduría popular, de refranes, de que las cosas tienen que ser como tienen que ser. Es algo parecido al destino. Para eso estamos aquí.

se tarda lo mismo en hacerlo bien que mal, así que mejor hacerlo bien, además de la retahíla de refranes que su madre y su tía colaban en la conversación incluso aunque no viniesen a cuento, antes que acabes no te alabes, el que hace un cesto hace ciento, el buen cirujano opera temprano, la mejor herencia es trabajo y diligencia, de dios abajo cada cual a su trabajo

Hay trabajos y trabajos. Niñas y niños creen saber lo que está bien y lo que no. ¿La crueldad de siempre? «Cuando ellas jugaban de pequeñas a los oficios, aunque elegían ser médicos y profesores, nunca se pedían costureras, albañiles ni limpiadoras». Trabajos buenos y trabajos malos. Trabajos de primera y de segunda. Y de tercera y, bajando más aún, de regional o hasta donde quieras llegar. Hay trabajos que acaban en lo peor. ¿Cuántos son? ¿La mayoría o solo una excepción?

Y en todo esto la trampa del buenismo. Queremos lo mejor de ti, queremos tu desarrollo personal aquí dentro, en el trabajo. Necesitamos que estés en cuerpo y alma. Necesitamos tu plenitud.

Convertir la mesa en un reflejo de uno mismo, en una sucursal de su vida, era un primer paso para todo lo que venía después: comer en el despacho y de paso adelantar trabajo, salir más tarde, ir algún sábado por la mañana, llevar tarea a casa, mantener encendido el teléfono de empresa y atender la llamada del jefe a cualquier hora, no, tranquilo, no estaba dormido todavía, en seguida se lo envío, y sentir la empresa como un hogar, una familia, los directivos como padres severos pero que en el fondo quieren lo mejor para nosotros, los compañeros como hermanos celosos con los que rivalizar por el cariño de papá y mamá, y luego venían las cañas con los compañeros a la salida para seguir hablando de trabajo y a las que pronto se sumaba el jefe, las cenas de navidad con chistes, maldades, borrachera y resacón, el amigo invisible, la excursión de fin de semana para convivir más todavía y hacer actividades que refuercen la cohesión grupal y desarrollen habilidades para trabajar en equipo.

El final, no obstante, es siempre el mismo: «Le agradezco su trabajo durante estos meses, lo mantendremos en nuestra base de datos y le avisaremos si hay otra oferta que se ajuste a su perfil». ¿De profesión? Trabajador/a. Escribo todo esto porque quizá en mi trabajo converso habitualmente con quienes gestionan, un grupo de personas que viven (vivimos) quizá en una realidad paralela. Empatizar con esa otra (gran) parte de la población trabajadora a veces se nos escapa. Lee este libro y piensa. Piensa, por favor.

Por cierto, hay también película, dirigida por David Macián.

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La imagen destacada del post está tomada de Fundación Ibercaja.

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4 comentarios

Manel Muntada Colell 14/10/2020 - 16:45

Muy, muy buena esta novela, impresionante la cantidad de registros narrativos que tiene Isaac Rosa, para mí, uno de los mejores escritores en lengua española que existen, desde que lo he conocido me he enganchado a su obra. Imposible no reconocerse en las descripciones hiperrealistas del discurrir de sus personajes, tomes la novela que tomes.

En La Mano Invisible es magnífico como consigue elevar el más sencillo de los oficios mostrándonos el punto de vista, de quien lo lleva a cabo, sobre la vida en general.

Gracias por la reseña, Julen, la novela la merece.

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Julen 15/10/2020 - 06:46

Sí, a mí también me ha impactado. Esa descripción compulsiva de los movimientos asociados a cada uno de los trabajos, esas reflexiones que se transforman en espirales de las que parece imposible salir; sí, no cabe duda de que es una novela-ensayo que te deja poso.

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Isabel 15/10/2020 - 17:29

Si ya me la había anotado tres leer la reseña, con vuestros dos comentarios la pongo en primera línea. Gracias!

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Cuando el jefe es el algoritmo: por fin, el no-trabajo – Consultoría artesana en red 27/10/2020 - 06:07

[…] vitrinas que se expondrán para que las nuevas generaciones sepan cómo se trabajaba años atrás. La mano invisible, de Isaac Rosa, te puede ayudar a comprender de qué estoy hablando. Esa observación del trabajo alienante es la […]

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