Las personas usuarias y su conocimiento profano

by Julen

Cuando una organización presta servicios o cuando diseña, fabrica y vende un producto, es evidente que aplica un conocimiento en ello. Es un conocimiento complejo, suma del que poseen las muchas personas que trabajan en sus plantillas y al que ahora agregamos, desde hace ya tiempo, el que proviene de las máquinas. La seriedad del asunto tiene que ver con el hecho de que todo se lleva a cabo desde una perspectiva profesional. Es sencillo de entender: las organizaciones contratan profesionales, o sea, personas cualificadas para desplegar su conocimiento en ciertos ámbitos concretos. Este tipo de conocimiento lo llamamos «experto». Pero hay otro, profano, que nunca conviene olvidar.

Soy consciente de que el conocimiento profano es complejo de incorporar y que exige una mirada profunda. Ahora bien, por su parte, ¿aceptamos todo conocimiento «experto»? ¿No sucede algo parecido con este tipo de conocimiento? Siempre hay un proceso de destilación. Lo hay útil y lo hay inútil, lo hay acertado y no tanto. ¿Cómo «destilamos» el conocimiento profano? Vamos primero a tratar de entender qué entendemos por este tipo de conocimiento. Nos van a ser útiles algunos ejemplos.

Una persona conoce su enfermedad. La conoce porque si sabe escuchar a su cuerpo verá cuándo sobrevienen determinados síntomas. La conoce porque es sujeto de experimentación de la patología concreta de que se trate. La conoce porque lo lógico es que haya puesto en marcha, por consejo experto, determinadas terapias que, por cierto, pueden provenir de diferentes prácticas profesionales. Un problema muscular o articular puede tratarse desde la farmacología, pero también desde la fisioterapia. O desde la psicología. Puede que sean enfoques expertos no excluyentes. Aunque a veces unos y otros se pisan. La persona enferma dispone de un importante conocimiento profano de la enfermedad.

Mi tesis doctoral tuvo que ver con lo que saben las personas que usan una bici, un modelo de bici en concreto. El fabricante hace su trabajo: investiga (en sentido amplio: a las personas usuarias, las propiedades de los materiales, los distintos componentes, las geometrías posibles…) y luego se aplica a fabricar el producto. La bici pasa luego a otro universo: el de quien la usa. ¿Cuánto llevo fabricarla? Vale, también hubo investigación. Pero luego, en la realidad, la bici pasa mucho más tiempo en manos de quienes las usan. Salen un día y otro y otro y otro. Salen a pedalear por terrenos diversos. Conforman, por decirlo de alguna manera, un inmenso laboratorio de investigación en directo. Esas personas (algunas más que otras) saben de la bici. Disponen de un conocimiento profano de la bici.

Vamos con un tercer ejemplo. Llevo ya un tiempo trabajando con un grupo de cooperativas de iniciativa social. Cuando reflexionan sobre los servicios sociales que prestan, enseguida emerge la necesidad de incrementar más la orientación a las personas usuarias. Existe el riesgo de que la intervención, en el caso de atender a una persona que está en exclusión (o en riesgo de exclusión), se lleve a cabo mediante una práctica excesivamente asimétrica. La profesional que interviene (es un sector muy feminizado) puede llegar a pensar que de ella depende una posible solución. ¿Por qué? Porque su responsabilidad «técnica» es desplegar un conocimiento experto que sea capaz de resolver el problema. Sin embargo, la solución no se aplica a una «tabula rasa», sino que de por medio hay una relación entre dos personas, una con conocimiento experto y otra, la «persona usuaria» con conocimiento profano.

Así pues, el conocimiento profano, por definición, existe. Es imposible que no lo haya. Además, lo hay en un volumen normalmente mucho mayor al experto. Hay más personas que usan una bici que las que la diseñan y fabrican; hay muchas más personas enfermas que profesionales de la medicina prestando servicios; hay muchas más personas necesitadas de servicios sociales que profesionales cualificadas para ello. O sea, el conocimiento profano gana por goleada si hablamos de número de personas.

Por supuesto, la lógica nos dice que ese conocimiento profano presenta ciertas dificultades para que nos sea útil. Puede viajar en formato tácito, pegado a cada persona, sin apenas ningún tipo de explicitación formal. Es muy diverso porque se circunscribe a experiencias íntimas, personales (aunque esas personas usuarias pueden conformar comunidades con espacios densos de comunicación entre sí). Puede ser contradictorio: lo que a alguien le funciona no resulta ser útil para otra persona.

Sin embargo, estas características del conocimiento profano no deben ocultar su relevancia. Cualquier organización debe reconocer existe conocimiento experto y conocimiento profano y es su obligación tender puentes entre ambos. ¿No lo ves así?

Imagen de Mahesh Patel en Pixabay.

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3 comentarios

Antonio Abellán 09/05/2024 - 21:19

‘Conocimiento profano’, Nunca había pensado en este tipo de conocimiento y es realmente interesante. Y creo que hay mucho conocimiento circulando de gente ‘… que no tiene autoridad (académica) en una materia’, pero que sabe mucho: por experiencia, por pasión, por tertulias, por foros, por haberse ‘dao’ de ostias con un muro, etc, y no se si es un conocimiento poco valorado por la industria y las organizaciones. Un abrazo.

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Julen 09/05/2024 - 22:16

En el mundo de la bici es evidente… y en el de los móviles y la «cacharrería digital» en general ni te cuento 😉

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Amalio A. Rey 18/05/2024 - 11:04

Gracias, Julen, por el post. En mi libro, ya sabes, hablo bastante de esto. Yo le llamo conocimiento «vivencial» al «profano» que tú citas aquí. Es lo mismo. En ese sentido me gusta mucho usar el término «experto en experiencia», para equiparar el conocimiento del usuario «profano» con el técnicamente experto. Creo que ayuda a que se entienda bien. Cuídate!!

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