Pagasarri, día D

by Julen

Dos de mayo de 2020: Pagasarri, día D. El 14 de marzo fue mi última vez. Subí al Argalario, uno de esos montes que es referencia para quienes somos de la margen izquierda del Nervión. Como tantas otras veces. Rutinas que uno no aprecia hasta que te das de bruces con una realidad imposible de predecir. El 15 de marzo nos dijeron que debíamos meternos en nuestras casas. Desde entonces mis salidas a la calle se han reducido a la compra semanal enfrente de casa, a acompañar un día a mi madre al ambulatorio y otro para llevarle unos recados y comer con ella. Hasta hoy, dos de mayo.

A las siete salí del garaje. ¿Por dónde subir al Pagasarri? He elegido hacerlo por Kobetas; me permite un recorrido algo más largo que si tomo otras vías más directas. Ya a la altura del Hospital de Basurto empiezo a sentir que no es, ni de largo, un día normal para subir al Pagasarri. A pie o en bici, nunca había visto semejante procesión.

No era día para apretar aunque cualquier que haya subido al Pagasarri en bici sabe que eso es relativo. Han sido 48 días en los que no he pedaleado y, por tanto, había que asumir un ritmo mucho más lento del normal. De vez en cuando el suave zumbido de una eléctrica marcaba las diferencias. Me he encontrado con Pedro Maestre, de Ciclos Maestre, y hemos estado charlando un rato sobre la incertidumbre que planea sobre el sector de la distribución minorista de bicicletas. ¿Quién sabe lo que pasará? Le he visto tranquilo pero preocupado, como no podía ser de otra manera.

Quien más quien menos sabía que hoy la subida al Pagasarri era única. Solo teníamos permiso para pedalear por el municipio en el que vivimos. Bilbao da lo que da. La opción más lógica si sales al monte con la bici es el Pagasarri. En realidad, aunque pegado a la gran urbe, es un monte con muchas posibilidades. Lógicamente es monte urbano; siempre lo ha sido. Y este dos de mayo mucho más. Por allí desfilaba hoy toda la energía contenida mientras ha durado la prohibición de hacer deporte para quienes andamos en bici. Cada cual purgando sus penas.

No era día para prisas. Así que hemos parado primero el mirador junto al Fuerte de Arraiz. Las vacas nos miraban extrañadas. ¿A santo de qué tanta gente hoy después de todos estos días en que hemos podido disfrutar con tranquilidad de esta magnífica hierba? Con razón, debían pensar que el mundo se había vuelto loco. Casi 50 días a sus anchas y un dos de mayo llega la invasión.

La ventana llegaba hasta las diez de la mañana. Tras la cima hemos remoloneado un poco para estirar la ruta. He decidido volver por donde había subido. El día estaba bonito: despejado, con las nubes pegadas a los valles a primera hora. Otra cosa era cómo lo sentía yo. Extraño. Algo tan normal convertido en extraordinario. Volverán los días de pedaleo. Y olvidaremos todo esto. O quizá no lo olvidemos nunca. Depende.

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