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El Hierro, desaceleración y tranquilidad – Consultoría artesana en red

El Hierro, desaceleración y tranquilidad

by Julen

Casualidades de la vida, Iván Marcos Peláez compartía hace un rato un tweet en el que enlazaba un artículo firmado por Jorge Carrión para el New York Times que yo acababa de leer minutos antes: Instrucciones para desacelerar el tiempo. Como las casualidades a veces no lo son tanto, me ha venido enseguida a la cabeza este post que titulo El Hierro, desaceleración y tranquilidad. Tiene que ver con el tiempo y tiene que ver con sentirse a gusto con uno mismo.

En el artículo del New York Times se puede leer:

Los mecanismos del capitalismo del siglo XXI no cesan de perfeccionar sistemas de producción, circulación y consumo cada vez más rápidos. No importa si ello provoca problemas éticos o culturales con tal de que generen beneficios económicos. Todos estos procesos comparten la voluntad de alterar radicalmente nuestra idea del tiempo. La tecnología y el capitalismo han creado una nueva fe: la iglesia de la disrupción del tiempo.

Richard Sennett ha escrito mucho sobre cómo nos ha abandonado la sensación de seguridad que proporcionaba mirar hacia adelante con cierto sentido. Hoy vivimos enlatados en el presente, encerrados en una libertad que se impone. No hay forma escapar al mundo hiperventilado en que nos ha tocado vivir. Las estimulaciones son constantes y no hay final que seamos capaces de entrever. Todo parece ir a más. Es uno de los temas recurrentes en este blog, ya lo sabéis.

Este sábado nos vamos para la isla de El Hierro. He perdido la cuenta de las veces que hemos ido allí. Vamos a un lugar conocido en el que somos capaces de escapar a la prisa. Allá arriba Malpaso continúa jugando entre sol y nubes. Abajo el mar de Las Calmas sigue empeñado en hacer honor a su nombre. No importa que el vulcanismo se haga un hueco de vez en cuando. Es parte de la rutina.

El Hierro hace ya mucho tiempo que forma parte del sur de Islandia. Es un territorio maleable, que recrea ilusiones y admite que los viajeros lo seamos un poco menos mientras nos imaginamos por un momento cómo tiene que ser echar raíces allí. Es la isla más pequeña (con permiso de La Graciosa) de las Canarias y la más joven. Sus volcanes camino de La Restinga salpican el paisaje. Gamas de grises, marrones y negros que se entremezclan con el tímido verdor de las plantas que salpican la caída hacia el mar.

No se me ocurre mejor antídoto contra la aceleración en la que nos hemos instalado. Dos vuelos y aterrizas en otro planeta. Una realidad paralela que, una vez descubierta, no tiene vuelta atrás. Somos de donde queremos ser. Sí, es verdad que somos viajeros de primera clase, de esa que se mueve por placer y no por obligación. Somos migrantes de lujo en busca de una nueva raíz. En vez de jugarnos la vida en el Mediterráneo, jugamos con ella allá en el Meridiano Cero. No  hay que olvidar la inmensa suerte que tenemos, ¿verdad?

Contra la “lógica del incremento definida por la competencia y la aceleración”, que conduce a la alienación, ha escrito el sociólogo alemán Hartmut Rosa en su libro más influyente y celebrado, Resonancia, hay que considerar “la calidad de nuestra relación con el mundo”. Solo deteniendo durante unos minutos o unas horas los engranajes que no cesan de acortar nuestros plazos, para pensar y decidir nuestra propia ética y poética como individuos, podremos aspirar a ritmos propios.

Mi ritmo tiene mucho que ver con lo que siento allá en la isla del Meridiano.

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