Tenía pendiente, tras un par de comentarios de Amalio y de Germán, tratar de aportar un poco más de luz sobre la propuesta de Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio. Quizá el texto que elegí para hablar del exceso de positividad pudo parecer demasiado complejo. Desde mi punto de vista sacaba a la luz un argumento potente y al que ya apuntaban otros autores como Luc Boltanski y Ève Chiapello en El espíritu del nuevo capitalismo o incluso el mismo Richard Sennet en La corrosión del carácter. Se trata de la evolución de la idea del biopoder de Foucault hacia la de psicopoder, mucho más elaborada y basada en lo que Byung-Chul Han llama positividad.
Añado otro texto (págs. 25-28) tomado de la La sociedad del cansancio. Espero que esta vez quede algo más claro. Los subrayados son míos.
Más allá de la sociedad disciplinaria
La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya «sujetos de obediencia», sino «sujetos de rendimiento». Estos sujetos son emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las instituciones disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen un efecto arcaico. El análisis de Foucault sobre el poder no es capaz de describir los cambios psíquicos y topológicos que han surgido con la transformación de la sociedad disciplinaria en la de rendimiento. Tampoco el término frecuente «sociedad del control» hace justicia a esa transformación. Aún contiene demasiada negatividad.
La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la negatividad de la prohibición. El verbo modal negativo que la caracteriza el el «no-poder». Incluso al deber le es inherente una negatividad: la de la obligación. La sociedad de rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad. Justo la creciente desregularización acaba con ella. La sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo poder sin límites. Su plural afirmativo y colectivo «Yes, we can» expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados.
[…] Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber.
Entiendo que es un discurso ciertamente pesimista el de Byung-Chul Han, pero muy a tener en cuenta. Todo la ola de coachings, libros de autoayuda, ofertas para tratar cuerpo y alma, toda la mensajería mediática dirigida a nuestra emocionalidad va en línea con lo que propone Han. Lo alinearía con reflexiones de Lipovetsky en La estetización del capitalismo. Todo es más sutil y, si se quiere, más perverso. Pero estamos aquí para no dejarnos llevar, ¿no?
38 comentarios
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Me ha gustado este texto de Julen Iturbe-Ormaetxe https://t.co/ofV49v4W77
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Gracias Julen por el esfuerzo de aclaración y tu interesante propuesta final de no dejarnos llevar.
Con esa finalidad, y recordando que las cosas que pensamos y decimos nos influyen a nosotros mismos y a las personas que nos rodean, me surgen algunas dudas:
¿Abandonamos los mensajes positivos? ¿huimos del emprendizaje?
Y en caso afirmativo ¿qué hacemos después?
O tal vez tengamos que moderar el mensaje positivo ¿poder sin límites?
La frustración se genera cuando no alcanzamos los objetivos propuestos; parte por tanto de dos parámetros, lo que pretendemos alcanzar y la sensación de que podemos alcanzarlo. Tal vez tengamos que redefinir nuestros objetivos, aprender a vivir de otro modo. Entender el optimismo como una forma de violencia me parece un modo potente de suscitar polémicas (aquí que estamos con el tema) que corren el riesgo de quedarse enzarzadas en si mismas. Opino.
Desde luego que este Byung-Chuyl Han es bastante cenizo, vaya eso por delante. Pero como siempre, la crítica al sistema imperante siempre es bienvenida porque nos aporta luz sobre ciertos «supuestos» que a veces son, cuanto menos, delicados. En este caso lo que viene a decir que ese exceso de positividad genera una especie de euforia y de «poder» que luego, al no satisfacer la expectativa, nos hace caer en depresiones y otras patologías. Ya ves, podemos hablar de algo tan de cliente como las expectativas. La positividad exagerada las eleva de tal forma que asegura el fracaso. Ahí veo el mensaje que da pie a muchas conversaciones… 🙂
«por primera vez, no aspiro a ser un héroe,
y pruebo a sentarme, en los alrededores,
no sé si es una derrota, oh una victoria inteligente»
así dice una canción que conozco…
Será, Jabi, que tenemos que disfrutar nuestros límites 🙂
Siguiendo lo que comentas con German. Sip, yo creo que hay que ser positivos, es la mejor actitud, pero es verdad que hay que gestionar bien las euforias, y poner en cuarentena esa cantaleta falsa de que «Si quieres, puedes», por el daño que hace (como dices) en las expectativas. A menudo no se puede. O no somos capaces, o no nos dejan, y ya está.
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Ahora sí que lo he pillao, Julen!!! Esta cita que has puesto en este post es compleja, pero potente. Te deja pensando. Explicado así, puede que tenga razón el coreano 🙁
Me ha llamado especialmente la atención esa parte (tan perversa, efectivamente) de que «el poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria». Quizás lo que hace a esto tan eficaz es precisamente que el discurso y argumentario en positivo entra mucho mejor. Tal vez por eso, sin leer a Byung-Chul Han, me resulta tan cansina y pegajosa toda esa movida de la psicología positiva, que uno ve un día sí, y otro también, en las redes sociales. Huyo como la peste de todo eso. Supongo que habrás leido la excelente crítica que hizo Barbara Ehrenreich en su libro: «Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo», examinando las raíces y motivaciones (oscuras) del optimismo estadounidense, y que nos hemos dejado contagiar. Gracias por completar el análisis. Esto de seguir conversando y no dejar las historias cortadas, me agrada mucho.
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[…] un elogio sin fin del emprendimiento, con una alusión al “yes, we can” (que decíamos ayer en alusión a Byung-Chul Han) y con un modelo de éxito basado en el pelotazo. De repente había que trabajar la marca personal. […]
Nos falta cariño, me parece a mí. Demasiado alienamiento da un poco de yuyu.
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