Me han llamado la atención estas palabras que Lorenzo Silva pone en boca de Bevilacqua en su última novela, La marca del meridiano, con la que ha ganado el Premio Planeta de este año 2012. Por supuesto que hablamos de ficción, pero como tantas otras veces, tan parecida a la realidad que a veces la supera. Habla de la Guardia Civil, claro está.
De camino hacia mi cubil, regresó de pronto a mi mente la imagen de aquel cuerpo colgado del puente. Y vinieron en tromba los recuerdos, las sensaciones, el malestar que había logrado apartar momentáneamente durante la sesión de esgrima dialéctica con mi superior. Sólo tenía una forma de sacudírmelo, y era aprestándome a ocupar en la cadena jerárquica el lugar que me correspondía. Para eso sirven las organizaciones, y más las que obedecen a una rígida estructura de mando, como la militar: para que los individuos, a la hora de funcionar, queden liberados del peso de ser ellos mismos.
Curioso el requiebro para encontrar bondad en la más profunda de las aberraciones: que las organizaciones nos liberen de ser quienes somos. ¿Será que no habíamos entendido nada y que luchamos contra molinos que semejan gigantes cual Quijotes de tres al cuarto? Va a ser que sí.