Alfonso Vázquez me pasó hace unos días el enlace a un artículo que Luisgé Martín publicaba en El País hace unos días: Elogio de la pereza. El autor plantea que ya está bien de que nuestra sociedad se defina por el trabajo como tótem sagrado al que rendir culto; mejor que nos definamos mirando al ocio. Vamos, que alguien nos ha engañado para que sudemos la camiseta y que esta sea la moderna forma de conseguir reputación. Trabajar y trabajar. Así que el autor decide contraargumentar. Y se fija, por ejemplo, en las explicaciones que esgrimió Paul Lafargue allá por el siglo XIX en El derecho a la pereza.
No es que comparta toda la argumentación de Luisgé Martín, pero sí que hace pensar en cuál es la naturaleza del trabajo actual. Porque el asunto está en qué recompensas recibimos por lo que trabajamos. Además, claro está, del escaso control sobre el trabajo que realizamos (de ahí mi fuga al universo de la artesanía). Para asignar valor al trabajo debemos percibir que lo controlamos, que nos devuelve lo que en él invertimos. Y hoy, me temo, para muchas personas esto no es así. Mientras tanto, para ennegrecer más el panorama, el «empleo» esté en franca recesión y se ha encumbrado al máximo la figura del «emprendedor». Así, en masculino y dotado de un intenso sentido épico.
Para confundirlo más aún, el ocio y el trabajo ya no están separados por una frontera nítida. Hace tiempo que la sociedad del conocimiento nos dijo que ahí tenemos las 24 horas del día para pensar. ¿Por qué esperar a un ridículo horario de trabajo de ocho horas para que tu creatividad fluya? No, no tiene sentido. Ahí tienes todo tu tiempo. Dedícalo a pensar y encuentra soluciones para lo que no pudiste resolver en tu horario de oficina. Un mundo-trabajo, solo uno.
Luisgé Martín escribe en su artículo:
Ése debería ser a mi juicio el derrotero ideológico de la izquierda europea, como quería Paul Lafargue: el elogio de la pereza. Impedir la competencia con países donde rige el esclavismo laboral, atajar la economía especulativa y propiciar la distribución racional del trabajo. Pero para ello, antes que nada, hay que reconquistar la senda de la cohesión social, porque no es que no haya dinero para pagar el bienestar, como se nos dice cada día, sino que ese dinero está mal repartido. Tony Judt recordaba que en 1968 el director ejecutivo de una compañía como General Motors ganaba sesenta y seis veces más que un trabajador medio de esa empresa, mientras que en nuestros días el director ejecutivo de una firma semejante gana novecientas veces más. Con estas cifras, las crisis serán perpetuas.
Este sí que es un gran problema: las enormes diferencias de lo que ganan unas personas y otras. Aquí anida el cáncer más peligroso del sistema que hemos construido. La ambición se ha comido a su hijo. El sistema económico cabalga a lomos de grandes diferencias. La tendencia hacia el modelo en que el ganador se lo lleva todo se ha convertido en un auténtico drama. Porque así se dinamitan las relaciones sociales. Cuando la igualdad es solo lo que se escribe en los libros porque la realidad es bien diferente, entonces surgen no ya las envidias sino la desconfianza entre las partes. No pienso trabajar para que tú te enriquezcas. Y si tengo que hacerlo lo haré con la mínima aportación que sea necesaria. Ni un esfuerzo más.
Una persona ociosa es una persona desaprovechada. Esto es lo que nos han enseñado. Hay que pelear por nuevos logros. Hay que tumbar a la competencia. A toda costa. No hay alternativa. El sistema requiere más presión. El progreso trae mejoras de productividad. Hacen falta menos personas para producir la misma cantidad de antes. Es lo que hay.
Os recomiendo la lectura del artículo. Es otro punto de vista y ayuda a reflexionar. Ah, y también el librito de Lafargue. Gracias por compartir estas cosas, Alfonso.
3 comentarios
De nada, Julen, un placer
Grandes reflexiones Julen y gracias por el enlace sobre la pereza. Hace unos años un amigo que era mucho mayor que yo me dijo aquello de que las empresas daban o canjeaban eso de tiempo por dinero, esfuerzo currando para ganar pasta para poder comer y vivir, pero sacrificando muchas veces tiempo y ocio. Ahora la pescadilla sigue mordiendo a la cola, y mucho + al entrar otros países en el reparto de la tarta. El mundo se ha vuelto demasiado complejo, reconocimientos y premios en exceso a los que ganan , pero los que pierden o siguen en la cuerda floja son los que sufren y parece que a veces siempre ganan los de siempre. La verdad es que cada vez me gusta menos el estilo y formas de las empresas, soy un poco pesimista tal como anda el patio, pero encuentro que mucha gente cada vez empieza a intentar ver o hacer las cosas de una forma diferente. Lo que dices del emprendedor, parece que tras manosear la palabra innovación hasta no poder + , ahora estamos en el camino de que el ser emprendedor es la nueva panacea con un casi enfermizo Emprende o muere, y la cosa ha llegado a niveles en los que hasta los políticos hablan de emprender, ese Homo Emprendedorus que menuda tela.
De todas formas, lo bueno del asunto es que siempre vamos a encontrar personas por las que merece la pena intentarlo. Y esa gente puede que esté «dentro» de las empresas. Así que hay que seguir, erre que erre, hay que continuar porque hay que gente que se lo merece.