De esto hace ya unos cuantos años. Catorce para ser exacto. Muchos, muchos años. Si bien todavía andaba yo pegado a aquello que se denominaba «departamento de recursos humanos», debo decir que llegué de rebote. Había estudiado psicología y se suponía que debía servir para ello. Estaba en el área de Formación y allí estaba a gusto. Sin embargo, como era lógico, llegué al cargo de «director de recursos humanos». Muy digno. Nada del otro mundo. Progresión natural.
En el repaso de responsabilidades ninguna sorpresa. Si acaso mucha labor de hablar, de enterarse de quién es quién en ese complejo doble plano: formal e informal. Las cooperativas han desarrollado un potente control social interno. Todo se mira, todo es potencialmente evaluable. La gente se conoce dentro y fuera del trabajo. Una persona no es solo alguien con un desempeño profesional. Su vida íntima y personal está tan presente como la laboral.
Viento en popa. Nada que ver con lo que pasa ahora. Eran tiempos, en general, de bonanza económica. No tanto como los de mediados de los 90, pero aún mantenían resultados positivos. Entrar a trabajar en la cooperativa era algo así como culminar la peregrinación a La Meca. Una vez que se tocaba la piedra sagrada parecían satisfechas todas las aspiraciones profesionales. Reconocimiento y dinero. Mucho dinero.
Por eso quizá sucedió que yo no estaba preparado para aquella desagradable sorpresa: una caída en la producción. Sucedió con Renault y no recuerdo que hubiera explicaciones convincentes. Eso sí, decían que iba a ser temporal, que era algún desaguisado momentáneo, mezcla de incumplimientos nuestros y de problemas de mercado. Nada serio. Se insistía mucho en aquella expresión. Eran vaivenes, algo lógico en cualquier empresa. Y aquello era automoción. Había que estar preparado para los zarandeos propios del mercado.
En resumen, treinta y siete personas. Era la cifra. Había que rescindir el contrato de todas aquellas personas. De acuerdo que explicándoles la situación, que no era problema que rindieran mal en su puesto. No, era una simple cuestión «de mercado». Eso sí, con la personalísima interpretación de quienes lo iban a escuchar. Había quien se lo creería. Había quien no lo haría. Pero había que decirlo. Así que, una a una, fui entrevistándome con las treinta y siete personas.
Detrás de una sonrisa venía una lágrima. Detrás de una tranquila aceptación de los hechos, un drama personal y familiar. Detrás de una conversación tranquila, algún que otro grito. Una montaña rusa de emociones. Algo tan simple como explicar dos hechos: hay una bajada en producción y tenemos que rescindir el contrato. Con un remate final: no es problema contigo; cuando tengamos carga de nuevo, te llamaremos. Aprovecha este tiempo.
Tras las treinte y siete entrevistas caí en la cuenta de que no valía para aquel trabajo. Así que al poco tiempo lo comuniqué internamente en la empresa. Dejé el puesto. Mucha gente no lo entendió.
12 comentarios
Puff… si es que me pongo a hacer mi listita de «cosas-para-las-que-sé-que-no-valgo» y me queda un folio bien grueso. Aunque mejor trazaría un mapa de tags con verbos en distintos puntajes, según lo incómodo que me sienta haciéndolo porque hay matices. Dar malas noticias en nombre de otros es jodidísimo. Y en el caso que cuentas, al menos no tenías que trasmitir una justificación o argumento con el que discreparas abiertamente, como debe estar pasando mucho ahora. Creo que en estos tiempos los responsables de RRHH son los que peor lo están pasando, y conozco a gente muy maja que intenta hacerlo lo mejor que puede. Salud, colega 🙂
No cabe duda de que quienes andan en Recursos Humanos lo están pasando mal. Pero el fondo del asunto sigue ahí: personas que siguen siendo recursos. Duro, pero real.
Hola Julen,
Me ha gustado tu entrada, quizás porque me he visto reflejado fácilmente. Siempre he pensado que cualquier profesional vale-para-unas-cosas-mejor-que-para-otras, y en el fondo, algunos mas en la superficie, lo sabemos…; lo realmente complicado es levantarte esa mañana en la que…habiendo reflexionado al respecto, te plantas frente al espejo y das el paso. Que importante es el autoanalisis y ser honesto con uno mismo para sentirse pleno profesionalmente…
Buen post para comenzar la mañana reflexionando
Saludos
Andres
Me alegro de que sirva para la reflexión. Luego, del dicho al hecho 🙂
Que tengas buen día.
Sincero y emotivo post Julen, me ha gustado mucho lo que dices. Creo que el título y lo que cuentas viene a decir y a contar lo que muchas personas tienen que hacer en el curro: poner un mono y una careta de lo que realmente son para convertirse en otra cosa . Y es que ya se sabe que las reglas del juego laboral dicen muchas veces lo que no uno sino muchos tienen que ser. Y bueno, a lo mejor parte de los problemas vienen por ahí. cuando en el trabajo sentimos muchas veces lo contrario de lo que somos. Creo que es muy importante a lo largo de la vida darse cuenta de eso para que no servimos . Un abrazo
Iván, quizá hay que pasar por esas experiencias para luego no repetirlas.
¡Que duro lo que cuentas! … y más duro todavía seguir por miedo a quedarte sin la seguridad de un trabajo. Es algo que sucede todos los días y que a la larga tiene que marcar. Me viene a la mente la película «El Verdugo» de Berlanga, … a todo se acostumbra a uno si sigue en el puesto.
Bueno, tal vez tu historia le ayude a alguien a pensar que el cambio es, además incertidumbre, el inicio de algo mejor.
Germán, no cabe duda de que la costumbre te hace al puesto. Lo que en un caso es un drama se acaba convirtiendo en una anécdota. La coraza que hay que colocar entre quien despide y quien se va a la calle es pura necesidad. Pero cuando la coraza hace bien su función parece que deshumanizamos el trabajo, ¿no?
Te entiendo perfectamente, Julen. Mis últimos dos años trabajando por cuenta ajena fue «integrando» dos empresas tras una fusión. Te puedes imaginar el panorama. Me he sentido muy identificado con lo que comentas en el post. Mi consuelo en aquélla época era que posiblemente otro lo hubiera hecho aún peor, más inhumano si cabe. Mi pregunta, retórica, es, ¿hay quién si vale para esto?
Ya pensé en ti cuando lo escribía, José Miguel. En mi caso fue una responsabilidad mucho menor y más transitoria. Lo curioso del caso es ver cómo personas distintas se lo toman de forma diferente. Yo llegué a escuchar eso de «pues me viene de perlas». Pero lo complicado es que tras ese momento de relajación la siguiente persona te plantea un drama personal de la pera. Y para eso creo que nadie está preparado.
«Dejé el puesto. Mucha gente no lo entendió.» Chap, chap resonando en mis neuronas. No sabes cómo te entiendo 😉
Para mi no es tanto «saber para lo que no valgo» como saber lo que no estoy dispuesta a hacer.
Incluso en situaciones no tan duras como la que relatas, es placentero levantarse por las mañanas, mirarte al espejo, reconocerte y pensar que todo va bien.
Un abrazo desde el sur del sur de Islandia
Pau
Ya, puede ser una simple cuestión de mantener a flote la conciencia. Y saber para qué no vales siempre ayuda. Luego, si además, aunque puedas no quieras porque no lo ves claro, mejor aún. Decir que no siempre tuvo su dificultad.