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La jornada laboral de 8 horas: el dinosaurio que se extinguió… en el primer mundo – Consultoría artesana en red

La jornada laboral de 8 horas: el dinosaurio que se extinguió… en el primer mundo

by Julen

Cuando escribo sobre estas cuestiones siempre me gusta puntualizar: lo que vamos a escribir lo hacemos desde nuestro particular punto de vista, ese que nos ubica en una zona privilegiada del planeta. Creo que es algo que no conviene olvidar. Porque las prácticas de trabajo esclavo contemporáneo continúan vigentes y porque los derechos laborales están condicionados por la latitud y la longitud. Así que lo decimos nada comenzar este artículo: en mi entorno, en esta parte del sur de Islandia (ahora y durante un mes, por cierto, en la isla de El Hierro), las jornadas laborales de ocho horas van a formar parte a corto plazo de un supuesto museo del trabajo. Son (o deberían ser) pasado.

Claro que el entorno industrial, tan pegado a sus instalaciones fabriles, continúa organizando a la «mano de obra directa» en gran parte sobre la base de los relevos. Así, jornadas de 6h a 14h, de 14h a 22h y de 22h a 6h aún forman parte del panorama laboral. Otra cosa es que esta condición configure esos puestos de trabajo como muy poco atractivos para las nuevas generaciones. Ahí habrá que pelearse con las máquinas y la organización del trabajo para buscar alternativas.

En este blog hemos escrito muchas veces sobre la fragmentación del trabajo y el desapego hacia aquellas carreras profesionales que proveían una trayectoria sólida y de futuro a las personas. Hoy todo es para ahora, todo es contingente. El mercado nos condiciona. Las empresas necesitan flexibilidad y de ahí que las personas hayan entrado desde hace ya muchos años en la ecuación: tu puesto de trabajo es contingente. Hay trabajo, hay empleo. No hay trabajo, no hay empleo. Lo siento, no puedo prometerte nada.

Creo sinceramente que el trabajo, como constructo social, se ha envilecido. Ese capitalismo global, omnipresente, ese que dicta sentencia, ha hablado claro: las empresas sirven para generar riqueza económica. Los accionistas esperan sus dividendos. Invierten su dinero para sacarle rentabilidad. Olvida lo demás. Es puro discurso para adornar lo que de verdad importa. Hace tiempo que caímos en manos de la desigualdad social. Los de arriba quieren más, no renuncian a nada. Su espiral no termina nunca: más y más. Y todo lo demás, la empresa en su conjunto, es un medio para un fin. or supuesto, disfrazado de todo el oropel buenrollista que quieras.

Hay otras formas, las que provienen de la economía social y solidaria en sus más variadas manifestaciones. Aunque cueste remar en mercados ultracompetitivos, queda espacio para formas más amables de entender lo que somos y nuestra relación con el trabajo. Pero creo que son abrumadora minoría.

Las personas jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo –ojo, que voy a generalizar– no quieren grandes compromisos. No se encuentran en ese momento vital en que la seguridad prima. Piensan y sienten de otra forma a como lo podemos hacer los babyboomers y otras especies de carcamales que llevamos más tiempo en el planeta. Por eso las empresas deben construir su discurso para estos nuevos mercados de trabajo. No sirve lo de antes. Ahora hay que desarrollar una empatía que a veces evidencia que coexisten maneras muy distintas de entender qué es hoy el trabajo.

Pero es que, además, la conciliación con la vida familiar ha ganado muchísimos enteros. Y no digamos lo que la pandemia puso sobre la mesa respecto a que había otras maneras de trabajar que no quedaban esclavizadas por el lugar físico en que poníamos nuestros culos. El trabajo se ha vuelto mucho más líquido. El difunto Bauman sigue muy presente con su pensamiento. Ese desasosiego propio de que la vida –¡y el trabajo también!– se nos escapa entre las manos se ha vuelto, tremenda contradicción, estructural. Nos define.

Creo que una empresa que se precie de entender el mercado laboral actual debe construir, como decía, un discurso sólido sobre jornadas laborales ad hoc. ¿Imposible? Depende de lo que pongas antes. No sirve la cháchara de que colocamos a las personas en el centro y luego caer en contradicciones. Si nos importan las personas que trabajan en nuestras organizaciones tenemos que adaptarnos a ellas y no al revés. Cierto, supone un giro copernicano con ciertas fisuras por lo de endiosamiento que puede acarrear. Habrá que manejar esta variable: como eres lo más importante, voy a buscar la forma en que satisfacerte. Ya, los viejos del lugar se llevan las manos a la cabeza. ¿Cultura del esfuerzo?, ¿cultura del sacrificio? Quizá estábamos equivocados antes, ¿no? 

Imagen de kirill_makes_pics en Pixabay.

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