Creo que a estas alturas es más que evidente que las circunstancias que dieron pie al nacimiento de muchas cooperativas en la segunda mitad del siglo pasado poco tienen que ver con la realidad actual. El modelo cooperativo mantiene un peso importante en el entramado empresarial. Actualmente, hay más de 2.000 cooperativas activas que generan 60.000 empleos directos y representan el 10% del PIB vasco, con más de 12.000 millones de euros en facturación. Se estima que el 70% de la población vasca tiene alguna relación con el cooperativismo. En este contexto suele ser muy habitual escuchar, a quienes representan este modelo, frases de este estilo:
La cooperativa genera un empleo de mayor calidad, posibilita la participación en las decisiones y reduce la brecha salarial y de género. […] la cooperativa es un referente para la empresa tradicional y sus valores son cada vez más demandados por las personas jóvenes, “que son y serán quienes van a configurar el tejido productivo y empresarial del futuro en Euskadi”.
La referencia está extraída de un encuentro del Consejo Superior de Cooperativas de Euskadi (CSCE) y la Confederación de Cooperativas de Euskadi (Konfekoop) a principios de este año 2023. Efectivamente, el cooperativismo cuenta con un enraizamiento considerable en la sociedad que nos rodea. Hay que ponerlo en valor con ese tipo de argumentos. Y, sin embargo…
Sin embargo, es cada vez más habitual escuchar a las y los profesionales que se encargan de la selección en las cooperativas que el nivel de «disposición al compromiso» que observan en las personas jóvenes ha caído en picado. Esto ya no es lo que tú conociste, Julen, ahora tenemos que llevar a cabo auténticos esfuerzos para convencer a las personas que entrevistamos. En vez de que nosotras hagamos la selección, parece que tenemos la obligación de convencerlas para que seamos seleccionables desde su punto de vista.
¿Por qué este giro copernicano?
No creo que admita una respuesta sencilla. El contexto influye y quizá hubiera que ir caso por caso. Sin embargo, hay algunos elementos que no podemos obviar. El problema es que conforman una maraña compleja, con muchos hilos: la fragmentación, la inseguridad, la urgencia, la gamificación y el ocio, el individualismo en red (un concepto adelantado a su tiempo y que hoy podemos reinterpretar), las máquinas con cada vez más «inteligencia» (o lo que sea), y muchos, muchos otros factores que podríamos añadir. No es fácil por estos lares entender fenómenos como el quiet quitting y movimientos similares.
Claro que cuando pienso en las personas jóvenes, siempre me viene a la cabeza la misma idea, una y otra vez: ¿quiénes las han educado? No, no podemos eludir nuestra responsabilidad. Su educación ha sido cosa nuestra, de mi generación (baby boomer). Tenemos lo que nos hemos ganado a pulso.
En el fondo cada vez me asalta más la idea de si el trabajo, tal como yo lo conocí cuando comencé mi vida profesional, ha desaparecido. ¿Por qué ha desaparecido? Porque su valor ponderado en el conjunto de la sociedad ha perdido muchos enteros. Porque lo hemos vinculado a una absoluta inseguridad: lo tendrás si las cosas van bien. Pero nadie te lo puede garantizar. Eres un recurso contingente. No vales por ti mismo. Vales en la medida en que las circunstancias sean las adecuadas. Cuando las cosas se ponen feas, eres, por supuesto, absolutamente prescindible. Richard Sennett, en su libro La corrosión del carácter, lo expresó de forma fantástica: para el trabajo, somos irrelevantes.
«¿Quién me necesita?» es una cuestión de carácter que sufre un cambio radical en el capitalismo moderno. El sistema irradia indiferencia.
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