Libros y calor

by Julen

Strava: https://www.strava.com/activities/9625326489

Andorra queda a poco más de hora y media en coche de La Pobla de Segur. Así que la ruta por el Pirineo y el Prepirineo incluía una visita a la familia. Dicho y hecho. Ayer fue día de descanso… con los nietos. Ahora bien, no sé hasta qué punto cuenta como descanso: dos biberones, tres cambios de pañal, unos columpios, juegos varios. Tonterías, todo eso lo hacemos encantados de la vida.

La casualidad quiso que hace un par de días me topara, aquí en La Pobla, con una de esas librerías que dignifica el sector. Un local pequeño, con una estructura de exposición compleja y que en su escaparate lucía un libro fascinante de fotografía antigua: Andorra desapareguda.

A través de sus páginas podías retroceder en el tiempo para intentar entender cómo se desarrollaba la vida en el país de los Pirineos antes de que se diera de bruces con el supuesto progreso. El libro se organiza en capítulos por cada una de las siete parroquias de Andorra. Entre las muchas fotografías hay algunas que muestran escenas ciclistas, como la de esta enternecedora pareja que pedalea cerca ya de Escaldes Engordany y de Andorra La Vella por la carretera nueva de Encamp.

En el rato que estuve charlando con el chico que llevaba la librería fueron apareciendo nuevas joyas. Acabé comprando otros dos libros. Uno tenía que ver con el ciclismo en la comarca del Pallars Jussá. El otro era una novela de Joan Peruga, Último verano en Ordino. La acción se desarrolla a finales del siglo XIX. O sea, hay que «imaginar» un Ordino de hace 150 años. Casi nada.

ÚLTIMO VERANO EN ORDINO

Ya de vuelta a la normalidad rutera, tras el día de calor de ayer, hoy más de lo mismo: bochorno. Además, la sesión de fisio del martes me ha dejado «la zona» bastante machacada. El tratamiento incluyó una punción seca que soportamos estoicamente. Todavía esta mañana, justo después de levantarme, he vuelto a sentir un pequeño latigazo que tiene toda la pinta de provenir de un nervio al que estamos molestando y que se defiende de esa manera. Luego, eso sí, poco a poco todo parece ir volviendo a la normalidad, sea esto lo que sea.

Explico lo de antes porque entre que me he levantado tarde y que a las ocho y media de la mañana ya apretaba el calor, a punto he estado de renunciar a dar pedales. Al final, creo que la inercia ha vencido y, aunque con una vuelta corta, hemos hecho algo de ejercicio.

He comenzado tomando un camino sombreado –divino tesoro, la sombra– que bordea el pantano de Sant Antoni. Es la ruta señalizada con el número dos de entre las que ofrece el centro BTT.

Los pantanos, por muy atrás en el tiempo que hundan sus raíces, siempre provocan heridas en la gente que un día tuvo que abandonar su hogar por un supuesto beneficio común. Con la sequía emergen muchas veces los recuerdos. El de Sant Antoni, de 1919, no es ajeno al caso. La foto está tomada de un cartel indicativo que he encontrado en el camino.

Enseguida he abandonado el trayecto junto al pantano para subir hasta Salàs de Pallars por unas pistas agrícolas. Allá por 1887 parece que vivían en el pueblo casi 1.400 almas. ¿Hoy? En el censo de 2022 la cifra era de 345.  El pico más bajo fue en 1991, cuando llegaron a ser 305. O sea, que ni tan mal en los últimos 30 años. El pueblo luce una vista bien bonita según te aproximas desde abajo entre los terrenos cultivados.

Subimos entre calles. La Plaza Mayor tiene su encanto, con locales comerciales de hace muchos, muchos años.

Arriba del pueblo hay una replaceta con un pequeño mirador que da a un barranco y desde donde también se ve el pantano. En la ladera de enfrente se aprecia el trabajo del agua: las cicatrices en el terreno son  evidentes.

Bajamos de nuevo hacia el pantano para volver a retomar el sendero que nos protegía del sol. En apenas 15 kilómetros ya estamos de vuelta otra vez en La Pobla. Para estirar un poco más la ruta decido subir hasta el congost d’Erinyà por la carretera vieja. El otro día os decía que la nueva salva el congost a través de un túnel. Pues bien, desde La Pobla hay una carretera local que desemboca precisamente allí, en la carretera vieja que acompaña al río Flamisell en este desfiladero.

En el congost se ve gente bañándose. El río fluye a través de pequeñas represas naturales que son toda una tentación en días como el de hoy. Hasta el congost son solo seis kilómetros desde el pueblo, pero la mayor parte se lleva a cabo en una subida constante. Ligera, sí, pero constante. Y no está el horno para bollos. El agua del botellín comienza a servir para el té de última hora de la mañana.

De regreso al pueblo, retomo un sendero que hice el otro día hacia abajo y vi que subía pegado al río Flamisell. Lo he seguido casi un par de kilómetros. Proporcionaba una hermosa sombra. Si no, me temo que no le doy la oportunidad. Aunque el camino seguía hacia arriba, yo lo he dejado al llegar a la pequeña ermita de San Fructuoso.

Vuelvo al pueblo, por fin, para dar por terminada la corta ruta de hoy. Me paro en una terraza a tomar no una, sino dos Coca-Colas, porque el día se está poniendo bravo. Es entonces cuando el termómetro del Garmin que llevo en la bici se da un buen calentón: al montar de nuevo para llegar hasta mi alojamiento veo que marca 42 grados. Va a ser que hace calor.

En fin, mañana será la última ruta de este periplo por el Pirineo y el Prepirineo. De nuevo subiremos hacia el norte. Ya os enteraréis de cuál es el destino…

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